Via Piccolomini, a dos pasos del cielo

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Poder tocar el cielo con los dedos... es lo que sueña la cúpula de San Pedro. Y en esta calle lo podemos ver, lo podemos sentir, como si nosotros, sobre tacones gigantes, también pudiéramos ponernos a su altura. Roma nos aupa para que parezca que podemos llegar hasta allí con un salto, y alargar el brazo para tocar el cielo.

En Roma hay calles muy especiales. Calles con el encanto de sus sanpietrini, escondidas entre las maravillas de Roma y con el olor de la cocina de sus restaurantes. Vías que nos llevan entre los foros, como Via dei Fori Imperiali o que nos dirigen a la Basílica de San Pedro, como Via della Conciliazione. Precisamente con la cúpula de San Pedro tiene relación una calle alejada del centro, de la misma basílica incluso, pero cuyo efecto óptico la convierte en uno de sus mejores miradores: la Via Piccolomini.

Un mirador diferente

La Via Piccolomini se sitúa alejada del centro de Roma, al norte de Villa Pamphilj, el más grande de los parques de la capital italiana. Y al oeste del Gianicolo, otra terraza panorámica fascinante.

Siendo objetivos, la Via Piccolomini no llega a ser una terraza panorámica. Pero, incluso sin querer, en Roma surge belleza. Así, al final de esta calle, cuyo nombre completo es Via Niccolò Piccolomini, tenemos un fantástico mirador. Un balcón a la cúpula de San Pedro en medio de una zona residencial sin aparente atracción turística.

Pero este mirador no es lo llamativo de la calle sino su efecto óptico con la cúpula.

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El efecto óptico de Via Piccolomini

Desde Villa Pamphilj hasta el final de la Via Piccolomini, rematada en el mirador, sucede algo increíble. Al principio de la vía se puede vislumbrar, enorme, la cúpula al final de la misma. Como si la misma carretera fuera a meternos directamente en el mismo interior de ésta. Una visión que impacta realmente.

A medida que uno se va acercando, sea caminando o en cochela cúpula parece irse alejando de la Via Piccolomini para volver al Vaticano, pareciendo que volviese a casa corriendo por haberla pillado in fraganti en una excursión por Roma.

Al final, el tamaño de la cúpula se va haciendo pequeño a medida que se avanza hasta llegar al mirador y verla allá a lo lejos, decorando todo el horizonte romano.

Este efecto se debe a la posición de la calle, que finaliza con la cima de la Basílica de San Pedro justo en su centro. A sus lados, los edificios forman un estrecho pasillo, concentrando así la vista en el final, en la cúpula, que toma un tamaño mayor por su perspectiva.

Al final, los edificios se abren y, unido a la cercanía al mirador con un rango de visión mucho más amplio, el efecto desaparece.

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