Via della Concializione, como tantos lugares de Roma, es un trazo y un escalofrío que se repiten sin cansancio. Una calle que surge y emociona por iguales o distintos motivos, no importa, pues es siempre una sensación que no deja de tener efecto. Es un ejemplo de como cada generación ha querido tributar honor a lo efímero haciéndolo estable. Aquí, destruyendo, han querido construir el aire, el vacío más efímero, más estable de cualquier arco. Yo me estremezco cuando siento que esta vista, esta perspectiva, por un instante de contemplación, se ha hecho un espacio en Roma.
Su nombre va más allá de los Pactos Lateranos. Cada uno de los lugares que visito en via della Conciliazione no sólo nos permiten ver el Vaticano al fondo. Es una calle en la que el aire contiene arquitecturas de cristal recreadas por una voz que nos abre puertas invisibles. Al igual que es necesario un espacio vacío para poder acercarnos, la misma calle se extiende hasta hacerse un camino para encontrarnos. Más que un camino: un escenario en donde se re-presentan varias obras y nos encontramos con sus autores, los actores que le han dado voz, los que hoy las interpretan, los que hoy las vivimos. Puede parecer una gran avenida en Roma y, sin embargo, paso a paso, se convierte en un vado pequeño, colmo, por donde ir, venir y esperar: como celebrar un adviento, el emocionante evento de una entrada en escena.
Via della Conciliazione es un lugar que simboliza el tiempo de la breve espera, del estar ya a las puertas. Nos hace ver la meta como esperanza pero no nos invita a quedarnos.
Desamparados en Via della Conciliazione
No hay soportales ni aleros. Ante nosotros tenemos un espacio inclemente como un telón rajado para descubrir la secreta belleza que la ciudad protegía con el tejido de calles en Borgo nuovo y Borgo Vecchio.
Si “la filosofía es la razón compadecida de la condición desvalida del hombre” en los labios de la herida que queda al desaparecer la Espina del Borgo el corazón nos hace experimentar con la memoria que es la historia la que nos cubre y cicatriza. No estamos desamparados cuando en cada esquina vemos en piedra, espacio y forma el cuerpo de tantas vidas. Son el ¡presente! de la historia que se derrama como un bálsamo abierto por las palabras de una guía.
Modonna del Latte de Antoniazzo Romano, fresco que se conserva en la iglesia de Santa Maria Annunziata a pocos pasos de via della Conciliazione.
Hay personas, lugares, amores que nos acogen como el seno de una madre y la cálida suavidad de una piel que sabe a gloria. Hay también personas, lugares, amores que nos permiten seguir viviendo cuando somos arrojados a la vida sólo cubiertos por el dolor de una ‘madre ignota’. Es entonces -cuando más patente se muestra el desamparo- que se nos abre una pared. Dentro encontramos una cálida Roma que nos ofrece lo que puede, un regazo de ladrillo y madera, para que podamos tener historia. Por eso, incluso ver una rueda para los niños expuestos, junto con el dolor me consuela, como contemplar via della Conciliazione: no por lo que falta sino por lo que sigue.
‘Ruota degli esposti’ siglo XVII Ospedale Santo Spirito en el lateral que da hacia Borgo.
Sin fachada
No es necesario pretender todo sino alegrarnos de lo que somos capaces. El riesgo de no ser rebosante es para mí más soportable que el de la frustración. Quizás nuestro vaso va perdiendo, quizás no sea agua purísima pero riega nuestros días y nos permite seguir en esta aventura. Roma me invita a alegrarme con ella, incluso cuando sentimos la tentación de la tristeza por lo que fue y ya irremediablemente no es.
En Roma no necesito encontrarme con finales felices o con historias donde el bien resplandezca como una media alta entre los votos de estrictos jueces. Por otra parte no puedo negar el bien como algo que no exista y que dependa de las épocas. Digamos mejor que son muchos bienes y que lo que ahora nos parece un error o un engaño, en otros momentos parecía un buen negocio. Siendo una ciudad que está muy lejos de ser perfecta, en Via della Conciliazione siento que Roma es la mejor ciudad para vivir con ella: la que me sigue haciendo querer sobre todo esas miserias -lo perdido, lo que ya no está- que vienen con el paso del tiempo.
En poco menos de un año, desde el 29 de octubre de 1936 al 8 de octubre de 1937, la apertura de esta avenida se había visto como un inmenso bien tal que pudiera justificar la destrucción de tantos edificios, decoraciones, jardines, una plaza, una iglesia… historias unidas a lugares como lo que anima un cuerpo. Ahora parece una locura y me doy cuenta de cómo el paso del tiempo hace aflorar dolores entre los huesos mal curados.
San Lorenzo in Piscibus (s. XII) con su entrada. En 1983 fue re-consagrada como iglesia tras haber sido desde 1949 una sala para congresos y taller artístico.
Entrar en San Lorenzo in Piscibus fue encontrarme con un lugar que nos indica cómo querer las desgracias de cualquier historia. Ella es la leve cojera que nos hace reconocer a quien amamos aunque sea bajo el grandioso vestido de Plaza San Pedro.
Sin fachada, destinada ser destruida, enterrada, encerrada tras una verja, ensombrecida por la mole de los propileos, con una entrada en un callejón sin salida. Ahí está: con lo puesto, silenciosa, resistente, sin vigilantes, disponible para quien consigue verla y no desprecia acercarse a esa invisible y poco atractiva vagabunda de la historia. En ella, que no presume de nada, te desarma el saludo rugoso de la piel de sus dedos – columnas sin anillos – capiteles. Sin nada que esconder nos muestra su cuerpo vestido sólo con su sombra.
Interior de San Lorenzo in Piscibus durante una visita guiada con Simona siguiendo lo que fue la Espina del Borgo y ahora es Via della Conciliazione.
Me quedo solo y, con mis pasos, puedo imaginar los de Rafael que al salir de su casa, situada justo en frente cuando su frente existía, entraría buscando el refugio de un espacio como éste que parece siempre recién amanecido. Todo ello sucedía con via Alessandrina recién inaugurada, cerca de Piazza Scossacavalli, en pleno corazón del barrio que formaba la Espina del Borgo. Pero sigue sucediendo también ahora porque ese espacio, sin fachada, lo sientes como una espina invisible.
Ausencias: lo que no está pero sigue presente en Roma
Aquí, en Roma, nos encontramos con personas que nos consuelan por la vida que han transmitido, por uno o cien matices que han sabido ver o inventar y contar en las más diversas formas. Ninguno es exhaustivo, pero son, nos acercan y dan motivos para seguir, para compartir y acrecentar la creación que va más allá de nuestra naturaleza, de nuestras fuerzas. Tocar estos lugares, entrar en el espacio de sus historias nos hace vencer incluso nuestra mayor miseria: desaparecer. La ausencia de la Espina del Borgo se me hace presente, una profecía dedicada, en las palabras de una guía.
Es verdad, triunfales podemos apropiarnos de los triunfos que otros nos conquistaron para hacernos partícipes de sus esfuerzos caminando por avenidas en fiesta o desiertas. Pero, sobre todo, podemos no negar el pecado, el abandono o el derribo, equivocar el blanco e incluso caminar en laberintos. Podemos dejar los senderos ya indicados para embriagarnos de la libertad que así se demuestra persiguiendo otras metas. La ausencia siempre nos convocará.
En Roma todo esto, miserablemente grandioso, se nos hace tan visible y palpable que se hace grito. A veces, bullicio ininteligible. Aquí no se renuncia a nada de lo que es humano. Todo lo encontramos sin que falte nada. Aquí podemos contemplar incluso el juicio y condena a lo que fue. La exhumación de la momia de un papa muerto que se sienta en el banco de los acusados de un tribunal de vivos para, mudo, dar la lección del tiempo mientras el correr de la corriente del Tíber se llevará sus palabras de hueso y ceniza. Incluso este sinsentido de la locura que quiere ir contra el tiempo en nombre de la verdad absoluta (suelta), sin soga ni sendero, halla un sitio en Roma para ser recordado. Y ese sitio, para mí, fue ayer este espacio vacío.
Por eso, creo que todo encuentra en Roma un posible lugar también la ausencia, como en via della Conciliazione. Ausencia es una palabra pronunciada aquí y que nos espía, estremecida de miedo y emoción. Paseando por esta calle sentimos que lo que fue del mundo y de cada alma es demasiado para estar contenido en cualquier palabra. Al mismo tiempo, contradicción de lo más real, reconocemos que basta el abandono o una decisión para cancelar en poco tiempo lo que tanto ha costado levantar.
En este adviento, en todo caso, recibiendo como un regalo tantos relatos de lo que es y lo que fue, experimento la gran alegría de seguir caminando con mis compañeros mientras quede tiempo. Quisiera llegar con ellos hasta una antigua meta, una cumbre, hasta ese momento en que pasas a ser el cabo de la soga, el último eslabón, sin renunciar a los pasos hechos, a los países y regiones explorados por otros, a las miserias o grandezas que nos quedan ante los ojos. No renuncio ni a lo que los picos han destruido ni a los errores que vendrán, mientras haya tiempo y compasión.
Camino hoy por via della Conciliazione con ellos. Sé que, aunque no nos veamos, lejos por unos días o cuando estos se me acaben, yo custodio su historia conmigo y la mía, simbolizada incluso en una antigua ‘latteria’, se inventa en ellos. Y en Diana, una niña de 2 años que también y tan bien cuenta.
Una historia, curiosidades de Roma en via della Conciliazione.
El 4 de junio de 1944 por la mañana, un correo de las tropas alemanas llega desde Frascati y entra en el Palazzo Cesi para anunciar a los padres salvadorianos que antes de esa noche las tropas alemanas dejarían Roma. El superior, P. Pancracio, fue inmediatamente a entrevistarse con Kappler, comandante de las SS en Roma.
-Buenos días. Entonces, ¿os váis?
-Sí, nos vamos ¿estaréis contentos?
-He venido a saludaros y a daros las gracias por las cortesías que me habéis hecho.
-Yo tmabién os saludo y os doy las gracias.
Padre Pancracio se quedó en silencio y luego con una sonrisa le dijo:
-¿Y a mí no me regala nada como recuerdo?
Kappler sabía bien cuáles eran los regalos que le gustaban al P. Pancracio. Sacó de una carpeta una lista con las personas condenadas a muerte que saldrían hacia el norte con las tropas alemanas.
-Le doy uno de estos, dijo Kappler, pero es el último regalo para usted y para el Vaticano.
Padre Pancracio sonrió con amargura porque habría querido todos los de la lista e indicó un nombre.
-¿Y cuando me los da?
-Ahora mismo envío alguien para que los traiga.
Al cabo de dos horas caminaba por via della Conciliazione seguido por una familia romana que podía seguir viviendo en paz.