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Dentro de poco Roma tendrá que recurrir a una 'pregunta secreta' para descubrir que efectivamente hay alguien, con nombre y apellidos, que hable de ella, con ella, en su nombre. ¿Tendremos algún dato tan personal que nos sirva de contraseña para que podamos acceder al reconocimiento como ejemplar único, individuo limitado, o ni siquiera nos lo plantearemos protegidos tras la respuestas que se nos ofrecen en nuestro nombre?

Recientemente en todos los periódicos de Roma se publicaron artículos hablando de la Inteligencia Artificial. La fama de ChatGPT, open AI, nos habla de una meta que es oportunidad y temor. Este instrumento parece haber convertido en realidad los sueños de los creadores de Wall-E. En esta película de animación un ‘timón’ gobierna la nave en principio ayudando a que todo funcione perfectamente, ofreciendo todas las respuestas y datos, pero también sin permitir ningún cambio en la historia, impidiendo la evolución de los humanos que desean volver a la tierra.

Todo esto puede ser muy interesante, pero ¿qué tiene que ver con Roma? Contemplando la ciudad desde lo alto del Gianicolo, hablaba con ella de esta Inteligencia Artificial, y en las reflexiones me parecía escuchar su voz. Roma me sugería, y yo luego me he puesto a escribir.

En esta luz vive

«Urbem, urbem, mi Rufe, cole et in ista luce vive!» ¡Dedícate a vivir la Urbe, sí la Urbe, y vive en esta luz! Son palabras de Cicerón desde la provincia de Cilicia, actual zona sur de Turquía, en una carta escrita en el año 50 a.C. Disfrutando de unas maravillosas vistas sobre Roma, estas palabras surgieron como un recuerdo y una respuesta.

He traducido ‘cole’, imperativo del verbo latino ‘colere’, como ‘vive’ pero en el significado de ese verbo está también el cultivo, el culto, el adorno y cuidado, e incluso la idea de colonizar. Podemos tener todos los datos, recibir información elaborada con todas las diversas fuentes del saber sabiamente combinadas, que todo ello nunca podrá sustituir esa experiencia de ‘vivir en esta luz’. Lo que añoramos de Roma cuando estamos lejos, en el espacio o en Cilicia, no son las palabras, frases o los saberes que nos enseña la Urbe, sino la posibilidad de cultivarnos y cultivarla, de contribuir con nuestra vida y esfuerzos a que esa vida de la ciudad pueda crecer, recibiendo el oxígeno, sabores y emociones necesarios.

La vida es lo irreproducible, lo que nunca puede ser artificial y, casi nunca, inteligente. Esa vida no es el resultado de una serie innumerable de intentos o la sobreabundancia de recursos y energía que imita lo que está vivo. Tampoco es un gigantesco puzzle di millones de datos y moléculas. Podemos manipular y analizar sus fuerzas, pero no sustituirla con esa novedad absoluta que es la vida. Detrás de una nueva escalera, de cualquier creación, están los pasos de quien subirá, las manos que la construyen, el diseño de quien proyecta.

WeGil escalera helicoidal moretti
WeGil escalera helicoidal realizada por Moretti

Encuentros impagables

El gran valor añadido que la Inteligencia Artificial puede producir son innumerables contenidos, combinaciones llenas de sentido. Ser capaz de ‘tocar’ un teclado que no parece tener fin, componiendo frases e incluso tesis que recojan y pongan en relación el humano saber. Lo que asustaba al ‘pianista sobre el océano’ en la película de G. Tornatores y también a mí, es ese mundo de posibilidades sin fin. Sin embargo, un barco, un piano con sus 88 teclas, le permitía crear, provocar una música que no se sabía de dónde venía pero que, sencilla y milagrosamente, estaba al alcance de su mano.

Basta el encuentro de dos células o de una semilla con la tierra, un tipo cualquiera charlando con un amigo, para que la vida surja y se extienda en algo nuevo. Al mismo tiempo, podemos construir gigantescas obras de ingeniería biológica y de producción de respuestas lingüísticas o incluso con el lenguaje del arte. Siempre serán instrumentos en manos de alguien. No contienen la vida en sí. La imitan o manipulan.

Valor e interés de los datos

Los productos editoriales tienen un valor. Hoy, como siempre, la información es poder y dinero. La ‘AI’ está al servicio de todo ello. Y, sin embargo, Cicerón, gobernador de la provincia, escribe «cum una mehercule ambulantiuncula atque uno sermone nostro omnis fructus provinciae non confero.» Un pequeño paseo, una conversación, no las cambiaría por todas las riquezas de la provincia. ¿Estamos dispuestos a no renunciar a ese paseo por Roma, a conversar con un amigo o un guía como algo que no tiene precio? Contemplando el río Tíber rodeado de plátanos o al divisar alguno de los monumentos más famosos desde lo alto de esta colina ¿nos parece que lo más importante es tener en nuestras manos todas las citas de la literatura sobre el Pantheon o recibir imágenes de todos los cuadros que retratan la Fontana di Trevi?

A parte de nuestra limitada capacidad para contener esa abalancha -a mí se me escapa casi todo como agua entre las manos-, ¿estamos seguros de que nos interesa? Podemos enriquecer nuestra imaginación con tantos contenidos, obtener datos que sean teorías o certezas aceptadas, pero sólo cuando se convierten en una agradable conversación, vehículo para llegar a alguien, puedo decir que valen cuanto los momentos memorables.

Datos para salir

Conocer y saber una gran cantidad de información, en el momento adecuado, en todas las lenguas, es una misión que parece imposible, incluso para la mejor de las guías turísticas. Sin embargo, un paseo por Roma, experimentando el calor, los sonidos, el cansancio, las distancias, las sombras y las cuestas, un paseo como ocasión para salir de nuestro mundo, es algo que sólo podemos hacer con quien nos acompaña, alguien con nombre y apellidos.

Junto a las puertas, tras las ventanas, en los parques o en las calles de Roma, seguramente no encontraremos programadores especializados en prevenir posibles preguntas, ingenieros de la inteligencia artificial. Esas personas, quizás no conocerán la historia de la plaza en la que están pero podrán contarte las sensaciones y las veces en que quedaron con los amigos. Entre las miles de combinaciones posibles, sólo un lugar y tiempo comunes en Roma, son el motivo válido para salir y dejarnos besar por aquel ‘sol que arde y me enamora.’ Bien vengan todas las inteligencias artificiales que nos ofrecen datos si esto no supone renunciar al grito de Cicerón que quiere volver a ver, a pasear por esta Urbe, a la luz.

Sombra, sería entonces esta inteligencia. Yo la encontré en las palabras de T. S. Eliot:

Between the conception
And the creation
Between the emotion
And the response
Falls the Shadow

Una conclusión inesperada

Cuando ya había escrito esta conclusión, por un error, las líneas no quedaron guardadas en una copia de seguridad. De esta forma, concluyo subrayando mi error o mi mala suerte. Ya nunca quedarán escritas, al menos en esa forma. No podré dar la misma respuesta ni ofrecer las mismas palabras aunque el pensamiento quisiera seguir un razonamiento que me parece ver con claridad.

De esta forma, aceptando mis límites, mis respuestas y palabras cambiantes, utilizo el fortuito desatino para brindar a esa nueva inteligencia capaz de no perder nada de lo que ya está. Ella, produciendo novedades tan ajustadas, nunca tendrá compasión por la pena de mi pérdida. Ella, como mi actual teléfono, me dice que ya no es necesario que yo sepa mi número de memoria o el de casa. Olvidemos esas cosas antiguas del recuerdo, el contener o relacionar. Ahora basta apretar un botón para tener respuestas y lo importante es hacer buenas preguntas. Pero, ¿yo estoy contento de no ser capaz de responder y componer, aunque sea en forma incompleta o incluso con fallos?

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