Atravesando puente Garibaldi llegamos al otro lado del Tíber. Dejo mi bici bajo los plátanos, junto a una fuentecilla fresca y cantarina. Al lado se alza un campanario construido con ocres ladrillos y una fachada blanca que parece hecha de merengue. Viale Trastevere, como un foso por donde corre una corriente de tráfico, rompe el espacio que está ante esta iglesia de San Crisógono.
Roma, una turmalina en San Crisógono
Una piedra con tantos colores y que ‘atrae las cenizas’. Durante la visita en San Crisógono con Laura y otros compañeros, me imaginaba este rincón de Roma y, en general, la ciudad, como una turmalina. Roma es una piedra dura. Ambas con una compleja formulación que combina muchísimos elementos. Ambas muestran una variedad increíble de colores, con poder para atraer y un tacto delicioso. Así sentía, así la imaginaba, al entrar y luego mientras bajábamos a los subterráneos de esta iglesia.
El blanco, rojo y azul de los Trinitarios, congregación religiosa que vive en el convento contiguo desde 1850, nos hablan ya de la variedad de colores que nos esperan. La fachada barroca, el campanario románico, los subterráneos del siglo IV con frescos del siglo VIII, el variopinto y animado pavimento medieval, son algunos de los colores y formas tan variadas que adornan esta joya de Roma.
De tacto fresco, esta turmalina colorada atrae las cenizas que ha dejado el tiempo en forma de frescos y formas. Atrae e interroga cuando vemos una de las piscinas circulares de una antigua lavandería (follonica) convertida en fuente bautismal. Cenizas y restos que llegan hasta nosotros para hablarnos de purificación y lavado de ropas, cuerpos o almas porque todo lo que tocamos tiene una pareja dimensión. Lugares que parecen traernos incluso la fetidez de los orines y los dolores de un trabajo tan oneroso como ingrato, de una condena, que, de todas formas, hacía surgir blancas vestiduras. Nos adornamos con esta piedra como neófitos que salen a la luz de Roma desde sus profundidades vestidos de blanco.
Una piedra que, capa tras capa, va adquiriendo nuevos colores. En el 731 el papa Gregorio III acoge aquí a numerosos monjes griegos basilianos que escapaban de la persecución iconoclasta del emperador León Isáurico. Precisamente de esta época son los frescos que aún se conservan como un testimonio de que también el color, la memoria de los santos en hermosas formas, tienen cabida en esta joya que es San Crisógono y Roma. Ambos no desdeñan hablar de lo más hermoso o inefable con pobres piedras, en una sutil y frágil piel de líneas y colores.
A inicios del siglo XII, Pascual II tras la época de las grandes luchas políticas entre papas y emperadores, parece encontrar la calma necesaria para reconstruir la iglesia, más pequeña y en un nivel más alto. Una piedra, esta iglesia, que necesita también el tiempo de la sedimentación, la paz silenciosa de quien pone nuevas bases sobre lo que parecía hundido. Así nos asombra esta turmalina trasteverina con los hermosos colores cosmatescos del suelo. Brilla esta turmalina en la estrella sobre el hombro de la Virgen tras el altar, vestida de un cielo azul. A su lado, el soldado Crisógono y Santiago iluminan la escena con la alegría de estar tan cerca de esa estrella, junto al trono.
Un collar de turmalinas: piedras de todos los colores y épocas en San Crisógono
La voz de Laura se mezclaba con la del tráfico cuando salimos al pórtico de entrada. El arquitecto Soria lo edificó en 1623 para el cardenal Borghese poniendo una nueva piedra en este hermoso collar. Al otro lado de la calle nos esperaba el Excubitorium, el puesto de guardia de la séptima cohorte de los bomberos de la Antigua Roma, descubierto en 1866.
Antes de salir al sol una lápida nos recordaba que esta iglesia contiene la memoria de muchos corsos, habitantes de Córcega que vivían en Roma, muchos de los cuales formaban parte de la famosa guardia corsa pontificia. En efecto, muchas de estas piedras están engarzadas con hilos de hierro.
Hace poco, nuestras voces resonaban en la fresca humedad de la solitaria basílica subterránea, reconstruyendo con la imaginación los lugares y espacios de los que provenían. Luego las palabras se escondían tras las columnas de las termas severianas convertidas en canteras. Con trabajo oscuro de arqueólogos – mineros salen a la luz todas estas piedras contándonos de su encierro bajo tierra o en la oscuridad del silencio. Luego, la voz de Laura fue enfilando las preciosas piedras con el hilo de una historia para regalarnos esta joya.
Ahora, fuera, al aire libre de Roma, lucimos collares de turmalinas con colores que atraen cenizas.