La estatua de Nicola Spedaleri y yo nos encontramos a solas en un jardín de amables sombras. Uno de los lugares tranquilos de Roma en donde me había citado con unos amigos y compañeros para un paseo por algunos lugares que conservan la memoria de los Borgia en Roma.
«Rari nantes in gurgite vasto.» «Unos pocos que nadan en el vasto mar abierto.» Imaginando, mi memoria, me presentó esta escena antigua y actual. Son palabras que pintan un cuadro fuerte y terrible que el poeta Virgilio nos deja en la Eneida (I, 118). La diosa Juno, no contenta con la mala suerte de los que huyeron de la destrucción de Troya, consigue que naufraguen las naves de Eneas. Los supervivientes, entonces, lejos de la playa y de la salvación, aparecían así, como pequeños (raros) puntos en la inmensidad del mar, entre los relictos de los barcos.
En aquel momento, el sonido de estas palabras me pareció que se aplicaba bien a nosotros. Un pequeño grupo de aventureros, mejor dicho, unos puntos desperdigados en la ciudad, éramos «rari nantes». Nombre y adjetivo que me sonaban a epíteto heroico. En los últimos meses, con el Jubileo y el cónclave, Roma era un terrible mar de gente. Me di cuenta de que encontrar lugares tranquilos por los que transitar puede ser un buen objetivo en estos días.
Aunque tenga que de dar un rodeo, hago todo lo posible para ser un nadador que no sucumbe, un Robinson Crusoe actual, y llegar a alguna playa o isla que me dé refugio en la inmensidad de Roma.
Basta un seto y una sombra, un sencillo banco de piedra y que no haya coches, para crear una playa como Piazza Sforza Cesarini. Un lugar tranquilo al que llegar, que las oleadas de tráfico de Corso Vittorio Emanuele intentan conquistar, pero que nos permite tocar tierra y respirar.
Paso así a detallar algunos de esos lugares tranquilos a los que volver y en los que descansar cuando uno se encuentra nadando en la vastidad de Roma, entre sus corrientes y olas.
0. Grotta Pinta
Un pasadizo secreto para salir de Campo dei Fiori sin utilizar los canales de via dei Baulari o dei Giubbonari. En ellos, el caudal de gente es siempre grande.
Sin embargo, dirigiéndonos hacia piazza del Biscione, la oscuridad de la entrada de una gruta nos invita a adentrarnos. Parece un buen refugio.
Dentro, nos sorprenden los colores que iluminan las sombras de un pasadizo: Grotta Pinta. Al otro lado nos esperan las paredes curvas que siguen la elipse de la curia de Pompeyo en via dei Satiri. Parece que estamos la otra parte de un espejo o que aquel muro circular, como un dique de contención, deja al otro lado, ese mar de Roma.
1. Piazza Ricci
En Via Montserrato, muy cerca de la iglesia nacional española de Santiago y Montserrat, nos ofrece una plaza que es un himno al ‘buen retiro’. Allí no entran ni siquiera los pocos coches que recorren esta calle, paralela a la via dei Pellegrini. A veces, basta desviarse un poco de las grandes plazas o de las calles más concurridas para disfrutar de la tranquilidad de una Roma que sigue ofreciéndonos sus patios, sus esquinas llenas de buganvillas y jazmines, o hermosas bibliotecas vigiladas por el silencio.
De hecho, entre los lugares tranquilos que podemos experimentar, Piazza Ricci nos invita a sentarnos. Hay lugares tranquilos que tienen un contenido tan grande que necesitamos tiempo, silencio y dedicación. Palazzo Ricci, nos propone en la fachada del palacio la historia de Roma en figuras. Desde el Renacimiento esos personajes, Clelia, Muzio, las sabinas, los gemelos con la loba, siguen ofreciéndonos relatos silenciosos en pinturas que nos piden que nos paremos, que contemplemos. Una biblioteca en imágenes por fuera que nos habla de una biblioteca con miles de palabras dentro. Allí al lado, en la Iglesia de Santiago y Montserrat podemos entrar en otro de los lugares tranquilos de Roma: sus bibliotecas. En el fondo, estamos rodeados de oasis como la Vallicelliana, Casanatense o Angelica, con tantas fuentes. ¡Qué ningún espejismo nos aleje!

1. Jardín botánico
Para experimentar que no es solo ausencia de ruidos sino llena de vida, de armonía con la naturaleza, de sabio cuidado y dedicación, nada mejor que el jardín botánico de Roma. Un pequeño paraíso en el que nos podemos sentir de nuevo en el Edén, sin luchas. Esa es la sensación que tengo cada vez que vengo hasta via della Lungara y voy recorriendo los senderos que suben hacia el Gianicolo convertidos en un refugio para hermosas plantas llegadas de todo el mundo. Además, el palazzo Corsini, que contemplamos desde el jardín, nos espera con una hermosa colección de arte que podemos admirar y gozar en completa tranquilidad.

2. En la popa de la Isla Tiberina
Mientras surca las aguas sin moverse, la isla tiberina, nos ofrece su popa como un remanso. La corriente pasa y deja una pequeña playa fluvial, ante los restos del antiguo puente Roto y, detrás, el nuevo puente inglés, el Palatino. Es la isla de esculapio, la isla dedicada a curarnos. La paz de los sentidos que nos ofrece un paseo al lado de las verdes aguas del Tíber son una forma de curArte.
Nuestros pies, como un día hizo la serpiente de Esculapio, bajan hasta esta playa para quedarnos en una isla que nos devuelva la salud y las fuerzas.

3. Interior de Palazzo Venezia
El tráfico, los grandes monumentos, las obras y ríos de gente se congregan todos en Piazza Venezia. Justo a los pies de esa gigantesca hormigonera que gira y gira para seguir mezclándonos en Roma, podemos pararnos un momento. Palacio Venecia nos ofrece un espacios a medida humana. Sus altos muros nos defienden del ruido y su patio es un regazo en el que se nos pasa el mareo que reina fuera. Cuánto mayor es el ajetreo que reina fuera más y mejor me siento en el patio del palacio.

Me siento acogido y protegido, acariciado por hojas de acanto y mecido por la canción de cuna que me canta una hermosa Venecia junto al agua. Un león vigila mi descanso y tiene un libro, como otros miles en la fantástica biblioteca, para acompañarme en mis sueños. También hay un viejo campanio que me habla de un tiempo en el que aún existe el toque del angelus. Sombra, agua, arte y silencio que parecen acallar la cercana hormigonera que gira y gira.
5. Via della Maschera d’Oro
Podemos refugiarnos, aunque estemos en el escenario de este gran teatro de Roma, escondiéndonos detrás de una máscara. Esta pequeña calle con tan hermoso nombre es otro de los lugares tranquilos en los que Roma nos ofrece un remedio para nuestras ansias. Ella nos ofrece una hermosa máscara para recitar nuestra parte. El teatro es una de las experiencias en las que el tiempo y el espacio cambian.
Con esta máscara podemos revivir trágicos eventos, historias épicas e incluso reírnos de nuestros ridículos sin un rostro. Pura voz y presencia, tras el anonimato de esta hermosa máscara de oro. Porque, algunas veces, es necesario no tener un nombre, para protegernos. Roma nos lo ofrece en este lugar en el que estar tranquilos con nuestra máscara.
8. Templete del Bramante
Por otra parte, ser Nadie no siempre es una defensa. Es más, normalmente queremos que, en medio de los miles y miles de personas, alguien nos reconozca, nos rescate de la masa de gente llamándonos por nuestro nombre. Nos pueden incluso ofrecer Roma a nuestros pies. Nos encantan con lisonjas y una música maravillosa. Roma nos atrae y conquista.

Sabiendo que hemos de dejarla y que nuestro viaje continúa, para no acabar prisioneros de ella o estrellándonos contra sus rocas, el Templete del Bramante es nuestro árbol al que poder atarnos. Desde allí arriba podemos escuchar los encantos de esta ciudad sin sucubir a ella. El Templete nos ofrece su sólido equilibrio que nos hace estar firmes ante veleidades y vaivenes. Un lugar tranquilo de Roma como la cumbre de una montaña, a un paso del cielo.
13. Santa Sabina
Si decidimos subir a alguna colina, como si el gentío fuera una crecida del río Tíber, y tuviéramos que elegir una de las alturas, sin dudarlo, me refugiaría en el Aventino. Apenas dejemos la Bocca della Verità nos adentramos en una colina especializada en acoger a quienes sufrieron por los oleajes de la vida. En primer lugar, Remo. Rómulo atraviesa el valle que ahora ocupa el Circo Máximo dejando a su hermano esta colina, fuera de la ciudad sagrada y consagrada. Será el retiro de la plebe en lucha por los derechos y lugar de trepidante espera para quien sale hacia la guerra. Un lugar, en definitiva, acostumbrado a recibir a los que se encuentran en zozobras, ofreciendo sus templos, sus vistas, su naturaleza e incluso el aroma de sus jardines como cura y refugio.
21. Atrio de San Clemente
Puede sucedernos que, en Roma, de repente nos sorprenda una marea de gente. Hay lugares en donde esas fuertes mareas nos arrastran. La luna del Coliseo y el sol de la basílica del San Pedro, con sus gigantescas masas atractivas, contra las que nada podemos, hacen necesario que encontremos alguna roca en donde repararnos sobre todo si hay mareas vivas.
Como hemos visto, para evitar esas mareas o las crecidas, podemos subir hacia una colina buscando algún lugar tranquilo y seguro. Pero en Roma, también podríamos resistir a esa corriente quedándonos por debajo de ella. Bajando unos cuantos metros del nivel de las calles actuales el atrio, la basílica y los subterráneos de San Clemente son un lugar que milagrosamente, como la gruta del santo en las costas del Mar Negro, nos defienden del mar de gente, prisas, ruidos, reservas y horarios. La marea enorme se detiene a pocos metros, entorno al Anfiteatro Flavio, pero no llega hasta aquí. Incluso el calor del verano queda fuera y nos protege una fresca sombra. Es como si ella, pintada por Masaccio en la capilla Branda Castiglione, fuera una presencia curativa. Hay una hermosa sombra que pasa o se posa en algunos lugares de Roma, protegiendo y aliviando.
34. MAXXI
Si tuviera que pensar en una casa donde viven las musas, pensaría en el MAXXI. Personalmente, imagino que ellas prefieren bosques, riachuelos, o esas hermosas grutas que llamamos ninfeos. Pero en mi opinión, todos estos lugares amenos y tranquilos, podrían entrar perfectamente en este edificio. Es un espacio digno de albergar las personificaciones del arte y convidarnos a un encuentro personal, íntimo y relajado con ellas. Su aspecto exterior es ya una sorpresa en Roma y en el barrio. Una sorpresa que no es ni temor ni desprecio por los demás. «Nec timeo nec sperno». Es un lema de una familia de los Corsetti que se puede adaptar muy bien a este espacio. No es un edificio que integre un antigua historia sino que, como los Corsetti, llega a Roma aportando nueva sabia. Sin miedo a la novedad y sin desprecio por lo que fue, este espacio nos anima a encontrarnos a gusto en lo que cambia, ofreciéndonos múltiples caminos pero siempre repletos de encuentros significativos. Un lugar donde no podemos orientarnos porque no hay más meta que el caminar, cada uno a su ritmo.
Claramente, allí, es uno de los pocos lugares en los que la presencia de más gente, sobre todo niños, muestra la multiplicidad de los espacios, los expande, en vez de reducir los míos.
55. Cementerio acatólico
Pequeña belleza, la pequeña belleza es lo que nos queda. Lo último que habla de nosotros, carne del recuerdo. Un lugar en donde buscarnos cuando ya no estamos en ninguno.
Protegido por la muralla Aureliana y vigilado por la gigante pirámide, este cementerio es uno de los más humanos de Roma junto con el teutónico, dentro del actual estado Vaticano. Quizás por ello aún se mantiene como un lugar tranquilo a pesar de los ilustres personajes que allí se siguen dando cita. Solo nosotros quedamos con unos y con otros. Esto también hace que, a pesar de la tranquilidad, haya un gran ajetreo y como un bisbisear constante. Imposible contener todas esas historias selladas, ni con tierra, losas o pesados monumentos. Tienen sus nombres escritos en el agua. No intentes detenerlos y arroja a esa corriente subterránea de ecos un poco de lo único que ya no tienen, tiempo. Allí descubro que cada pequeña belleza, incluso la de la gran pirámide, está hecha, justo, justo, a mi medida.
89. Coppedè
Como un bosque animado cuando los humanos se alejan, el Coppedè se anima, especialmente en noches de luna llena. Hay lugares hechos para la luz y otros que parecen tener más vida con las sombras de la noche. Surgen como un sueño, como lugares que no son de esta Roma sino traídos por la imaginación de un arquitecto que los dejó libres en su forma de piedra.
El gallo en la veleta nos despierta para que nos pongamos a soñar. Casas construidas durante la Gran Guerra que nos tranquilizan diciéndonos que podemos despertar de cualquier pesadilla. Roma también nos ofrece estos lugares en los que coger frutos a manos llenas de imaginación.
En general, para encontrarnos un poco más desperdigados y libres de gravedad, para no tener que sucumbir a las corrientes y poder nadar hacia una playa, tendríamos que alejarnos del centro de esta galaxia romana que yo pondría en el Panteón. Pero, como hemos visto, incluso partiendo del centro de Roma, podemos hallar un hilo discreto y silencioso que nos conduce.
Quizás os haya sorprendido la numeración de estos lugares. Es una secuencia que, como muchas cosas de Roma, se forma sumando lo anterior para dar un resultado nuevo. Además, la relación entre dos números sucesivos de esta secuencia de Fibonacci se acerca a la relación áurea ϕ (1,61803…). Buscadores de tranquilidad, más preciosa que el oro en Roma. Llegados a este punto, yo podría decir ahora que he descubierto incluso una divina proporción entre cada uno de estos lugares tranquilos. De hecho, se van abriendo en espiral, indicando un camino por esta galaxia romana. Pero no lo diré. Es un número interminable y, por todo lo que no puedo contar, mejor es que me calle.