Hace unos días, primero en el palacio Pamphilj de plaza Navona y luego en Gubbio (Umbria), pude hacer un largo viaje acompañando a Eneas. De su mano, vestido como el fiel Acates, en un salón del Palacio Chiocci -‘chioccia’ en italiano es la gallina clueca- llegué a las playas de un Occidente lejendario: «litus in Hesperium». Eran días infernales de verdad porque los que entrábamos en ellos, en cualquier rincón de esta Italia, parecíamos abandonar cualquier esperanza.
En Palacio Pamphilj: Sub Umbra Alarum Tuarum
De todas formas, desde que desembarqué en esa playa del libro VI de la Eneida he emprendido un viaje que es un antídoto al miedo. Desde el lago Averno italiano he ido más allá de la muerte, para conseguir un abrazo imposible y que, al final, parecía llenar casi todos los sentidos. Claro, el inicio no fue muy esperanzador al ahogar las olas a Miseno que se había atrevido a competir con Tritón. Música que calma la furia o levanta una mar arbolada con vientos de envidia.
La Sibila y Eneas ante Cerbero en el arco de la Galería de Palacio Pamphilj. ‘Sum umbra alaraum tuarum’. Pietro da Cortona 1651-1654.
El amor, Venus, madre de Eneas, vino en nuestra ayuda. Mientras buscábamos en el bosque la leña que convertiría a Miseno en llamas y ceniza, dos palomas guiaron con su vuelo a Eneas que descubrió un ramo de oro. Mi imaginación voló entonces hasta otra paloma con otro ramo. Se trata del símbolo de la familia Pamphilj: ‘A la sombra de tus alas’. El ramo es de olivo, recordando el diluvio, pero es igual, pues ambos episodios (Noé y Eneas) quedan unidos en relación salvífica bajo las alas de una paloma.
No acaso, en la Galería del palacio que se encuentra en Plaza Navona, Pietro da Cortona creará un cielo en la bóveda con imágenes de Eneas. Nuestro viaje al infierno empieza bajo la protección de esas palomas. En mi caso, además, en casa Chiocci, también podría colarme como un pollito bajo las alas de una dulce y fiera gallina clueca. La mejor protección en esta noche:
Salmo 90
«Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás;
su brazo es escudo y armadura.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.»
Un ramo de oro
Llega una nueva mañana. Ya es de día. Pero entre la oscuridad de los árboles despojados, el amarillo color del ramo sagrado a las divinidades infernales llama nuestra atención. Efectivamente, como había anunciado la Sibila Cumana, ese ramo será el billete de entrada, el pago que tendremos que dejar en los infiernos. Se trata, en verdad, de un trozo de muérdago que crece ahondando sus raíces parasitarias en un árbol triste. En efecto, de un árbol triste, que no ve ‘alas caídas’, surge esta prenda, moneda para el viaje al lugar de las sombras.
Albero ignoto! (io dissi: non ricordi?)
albero strano, che nel tuo fogliame
mostri due verdi e un gialleggiar discordi;
albero tristo, ch’hai diverse rame,
foglie diverse, ottuse queste, acute
quelle, e non so che rei glomi e che trame;
albero infermo della tua salute,
albero che non hai gemme fiorite,
albero che non vedi ali cadute;
albero morto, che non curi il mite
soffio che reca il polline, nè il fischio
del nembo che flagella aspro la vite…
ah! sono in te le radiche del vischio!
Pascoli. Il Vischio
Eneas recogiendo el ramo de oro en la decoración de la Galería de Palacio Pamphilj en Plaza Navona.
«Latet arbore opaca
aureus et foliis et lento uimine ramus,
Iunoni infernae dictus sacer.»
La Sibila cumana tenía su ‘antro’, una terrible gruta, cerca del santuario de Apolo, el dios de los sueños y los consejos. El santuario había sido construido por Dédalo tras el terrible vuelo que le dio la libertad. Ícaro, su hijo, no pudo experimentarla de verdad pues, tras su liberación, no consiguió apoderarse de sí mismo. Se dejó ir, se escapó de su mano. Libertad así derramada como cera fundida. Todos queremos, de hecho, sobrepasar los límites, pero hay algunos irrenunciables que son la piel de la libertad, la que nos defiende del viento frío del tiempo. Sin ella nos destruimos, se congela el tiempo pasado y el porvenir.
No hay mayor tormento entonces para un padre que seguir viviendo y saber que ningún contacto renovará el tacto de sus dedos. Quizás por eso Dédalo, el gran constructor, vive ahora en un mundo sin tiempo, el de los sueños, confundiendo pasado y futuro. En ese lugar onírico, en ese tiempo impreciso en que queda un padre desconsolado, entra Eneas para poder encontrar al suyo y yo al mío.
En la pared de la izquierda, la Sibila invita a Eneas a entrar en su antro. Al fondo la Sibila da a Cerbero la torta de harina y miel. Palacio Chiocci (Gubbio)
La Sibila
La Sibila, traductora de los sueños, le dice a Eneas que sin el ramo de oro no podrá ir más allá. De hecho, sobrepasar el límite de lo humanamente posible es un favor de los dioses y en este caso de su madre, Venus. «Sub Umbra Alarum Tuarum» bajo las alas de unas palomas o de una gallina clueca (Chiocci) el amor de madre hace posible el encuentro y que se rompa el ramo de oro. El amor guía a Eneas, pero el riesgo de perder la piel está siempre allí. Entra en el antro, de todas formas. Se fía. Plus ultra. Llega así al Aqueronte y luego ante Cerbero, aplacado con una torta de harina y miel. La dulzura que vence incluso sin batallas y abre las puertas.
Relieve de Eneas y Cerbero en una tumba de la necrópolis de Santa Rosa en el Vaticano. El Eneas de Virgilio es uno de los personajes que han visitado el reino de los muertos.
Quizás por ello en el palacio Pamphilj y Chiocci la Sibila Cumana aparece representada como una mujer joven y hermosa. Y esto en contra de la imagen que de ella nos da Miguel Ángel en la Capilla Sixtina que la representa como una anciana de porte masculino, musculoso, y gesto concentrado, como si estas cualidades la hicieran la más importante y sabia de todas las sibilas. Aquí no. Aquí, por el contrario, la sabiduría parece mantenerla siempre joven, capaz de imponerse sin violencia.
Sibila Cumana de Miguel Angel en la Capilla Sixtina.
Ambos pasan juntos el gran río de fuego y la ciudad de los asesinos, en el corazón del mal. El ramo de oro y la mano de la Sibila lo protegen hasta llegar a los muros ciclópeos que custodian los campos elíseos.
Museo
Luego, tras dejar a la entrada el ramo como prenda, buscan a Anquises entre los más felices de las desdichadas sombras. Es entonces cuando un poeta les indicará la respuesta en cuya búsqueda han realizado tan largo viaje. Él puede ayudarles porque con curiosidad los ve, sin miedo se acerca y, concorde, participa de sus sentimientos.
Museo, que es el maravilloso nombre del poeta, les dice:
«nulli certa domus; lucis habitamus opacis,
riparumque toros et prata recentia riuis
incolimus. Sed uos, si fert ita corde uoluntas,
hoc superate iugum, et facili iam tramite sistam.»
Les anuncia, por tanto, que se encuentran en un lugar sin casa, sin hogar, en el que los habitantes vagan como sombras, viviendo entre luces opacas, aun siendo una suave ribera. ¿Cómo encontrar sombras sin morada? Será el corazón a guiarles haciendo fáciles los sinsabores de la búsqueda.
Y de esta forma, superando las incertidumbres y miedos de quien recorre el inframundo, llega el momento en que Eneas encuentra a su padre.
Con gran emoción es el padre, Anquises, quien le tiende sus brazos mientras llora al reconocer que el amor de su hijo, la piedad, ha hecho posible este duro, imposible, viaje. El amor da fuerza a la perseverancia y permite así que, si no podemos abrazarnos, al menos puedan ser acogidas y devueltas las voces.
«Alacris palmas utrasque tetendit,
effusaeque genis lacrimae et uox excidit ore:
‘uenisti tandem, tuaque exspectata parenti
uicit iter durum pietas? datur ora tueri,
nate, tua et notas audire et reddere uoces?»
A la izquierda Dite, la ciudad infernal y el encuentro entre Eneas y Anquises en los campos elíseos.
Las puertas gemelas del sueño en la Galería del Palacio Pamphilj
«Sunt geminae Somni portae». Dos puertas gemelas del sueño, una de cuerno y otra de marfil. Por una salen fácilmente las sombras de verdad. Por la otra, «falsa ad caelum mittunt insomnia Manes». Son los Manes, esos espíritus hijos de Manía, los que envían hacia el cielo las falsas vigilias del sueño. Los hombres de carne y hueso, en cambio, son sombras falsas. En un mundo infernal, lo auténtico parece ser solo lo inconsistente, las realidades sin cuerpo, inaferrables. Para volver bajo el cielo, hay que ser ‘falsa insomnia’, un mal sueño o una vigilia irreal en donde se confunden los límites de lo onírico y la realidad. Solo entonces, atravesando esa puerta ebúrnea, como si fuera una mala noche en una mala posada, volveremos al camino y a encontrar a los compañeros que con nosotros viajan.
2 Comentarios
Impresionante
Querido Rafael: No somos los primeros en bajar a este infierno. Ojalá tuvieramos la mano de la Sibila cerca. En todo caso, caminando a la luz de Eneas, el paso se hace más llevadero. Un saludo desde tu Roma desierta.