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El antiguo 'Asilo', lugar que hacía intocables a los perseguidos, valle para empezar una nueva vida dejando de ser un refugiado para ser un ciudadano, la Plaza del Campidoglio es uno de los símbolos de Roma, acogedora, sanadora, que nos hace sentir en una casa común.

«Porque lo que está nos habla y lo que no está nos interroga.» Esta frase de Nurit Iscar, protagonista de la novela Betibú de Claudia Piñeiro, me viene a la cabeza al contemplar la plaza del Campidoglio. Aunque, en general, son palabras perfectas para toda Roma.

El palacio Senatorio, el de los Conservadores, el palacio Nuevo, el Vittoriano y la Iglesia del Aracoeli que, desde la plaza aparece escondida, nos hablan. La torre de Pablo III, el Tabularium, la casa de los Banderesi, el templo de Juno, de la tríade capitolina, el Arx, nos interrogan.

Navegando dentro de la ‘historia interminable’ de esta ciudad, encontramos numerosas novelas escritas sólo imaginando los hechos acaecidos en esta colina. Es la inagotable labor de encontrar en sus piedras respuestas a los interrogantes.

El Campidoglio adornado con su plaza, el símbolo del poder civil de Roma en la colina Capitolina

De esta forma, con la imaginación y recuerdos, somo capaces de contemplar desde la plaza del Campidoglio el incendio del resto de la ciudad, los gritos y el movimiento incesante de las tropas del galo Breno en el siglo IV a.C. Una isla, un bastión, Roma reducida a esta colina como un símbolo desde el que resurgir.

Como también esta colina es un símbolo de un nuevo renace+r casi 1000 años más tarde. Tras el saqueo y destrucción de las tropas de Carlos V en 1527, el papa Pablo III pocos años más tarde recibe la visita del emperador a Roma en 1536. El triste espectáculo de la colina hace que el papa le pida a Miguel Ángel que cambie la fisonomía de la plaza. Trabajará, por tanto, en la basílica de San Pedro, símbolo del poder religioso y en el Campidoglio, símbolo del poder civil.

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Diseño de la plaza de 1569 de Duperac siguiendo el proyecto de Miguel Angel.

Con él la plaza del Campidoglio empezará a convertirse en una auténtico patio de esta fortaleza. Miguel Ángel quiere delimitar el Asylum, el valle entre las dos alturas de la colina, con dos nuevos edificios que forman un trapecio. El telón de fondo será el palacio Senatorio.

El símbolo de este renacimiento supone dar la espalda al foro (campo Vacino) y hacer de la colina ‘caprina’ un emblema de la nueva Roma que mira hacia el Vaticano y el Campo Marzio. La preciosa rampa que desde lo alto se extiende hasta la plaza del Ara Coeli es un puente levadizo que nos hace entrar, pero también que hace posible descender, hacia la ciudad que domina.

Una plaza con una larga historia

Cuando en 1564 muere Miguel Ángel el proyecto está concluido pero ha visto realizada sólo la escalinata de entrada al palacio Senatorio y en el centro de la plaza la estatua de Marco Aurelio con su nuevo pedestal ovalado en espera del maravilloso diseño elíptico del que formará su centro. Tendrá que esperar, de hecho, hasta 1940 cuando se concluirá la pavimentación de la plaza según el modelo que había ideado el titánico artista.

Tanto la parte superior del edificio Senatorio (sede del Ayuntamiento) como los dos edificios laterales, el de los Conservadores y el Nuevo que desde 1734 alojan el museo más antiguo del mundo, los Museos Capitolinos, fueron completados por Giacomo della Porta y Giacomo Rainaldi ya en época barroca.

Tour de los Museos Capitolinos
Plaza del Capitolio

Subo por la rampa y me siento justo al entrar en la plaza, como un prisionero a los pies de uno de los ‘trofeos’, a la sombra de un Dioscuro, no sé si Cástor o Pólux. Y allí me quedo observando en un atardecer caluroso la multitud de detalles que confluyen todos a crear la belleza de la plaza.

No es cierto que ‘la inventiva y el arte descartan el tiempo dedicado a montar la espuma del café y bajar la tapa de inodoro.’ Todo lo que acompaña nuestras vidas, hasta el graznido de unas ocas en la noche, puede formar parte de una sinfonía gracias al arte.

Travertino y adoquines que se convierten por el arte en una estrella, una flor, construida con senderos que surgen del centro. Se abre, se dilata hasta llegar a tocar los extremos de una elipse. Creo que fue una estupenda idea poner en el pasaporte italiano este diseño de Miguel Ángel: cualquier camino que recorramos, por mucho que nos alejemos, forma parte siempre de un diseño, viajamos con Roma, como en una galaxia dentro un universo inabarcable.

Roma nos llama, nos invita en el Campidoglio

Viendo la estatua de Atenas convertida en la personificación de Roma, tan pequeña en su hornacina, en el centro de la escalinata, escucho o imagino una voz de jovencita que me dice ‘ven’.

Cada vez que acudo a su llamada, como un cachorro que aprende, recibo un premio. Roma me domestica y me regala palabras, historias deliciosas.

Plaza del Campidoglio

Algunas están llenas de intrigas, como una novela negra -que se lo digan a Cola di Rienzo que nos saluda subiendo al Campidoglio-. Otras son grandiosas imágenes de una novela histórica en la que se celebran fastuosos triunfos o las numerosas batallas del emperador-filósofo. Otras, nos llevan hacia los tiempos míticos de Júpiter Veiove, el jovencito, y de Júpiter Feretrio con rimas acompasadas para hablar en poesía de los orígenes de la ciudad.

Novelas, fábulas, poemas que en este ‘asilo’ me abren los ojos y me hacen degustar el permanecer, me aquieto, deseando tener raíces.
Al mismo tiempo, sin embargo, puedo viajar, por ejemplo, hasta aquel 2 de julio de 1849 en el que se aprovó aquí, en el Campidoglio, la constitución de la República Romana. Puedo asistir a su proclamación formando parte del pueblo romano convocado bajo las bombas en esta plaza el día 3. Y mirar atónito, al día siguiente, la entrada de las tropas francesas que devolvían el poder al papa.

En todo ello, ella, Roma, me sigue llamando: ‘ven’. Y yo le digo como el zorro al pequeño príncipe: ‘si me domesticas sentiremos necesidad uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo.’

Sí, es verdad. Ante los gigantes barbudos del Nilo y el Tíber, como ríos de regalos que afluyen hacia esta colina, me siento que Roma es única y que yo soy único para ella: amigos.

Me habla en todo lo que veo y me pregunta, provoca mi imaginación, en lo que ya no está.

Una experiencia que podemos hacer todos sin por ello caer en envidias. Ella siempre nos ganará queriendo a quien la quiere.

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