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Una antigua zona comercial, a pasos del río Tíber, que llega hasta nosotros para recordarnos tiempos lejanos convirtiéndose en una isla feliz de Roma.

Foro Boario

¿Qué hace un rinoceronte en Roma? El Foro Boario es un remanso de paz ante la mirada atónita de Jano desde su Arco. A sus pies, tranquilo, este rinoceronte nos invita a curiosear en este rincón de Roma.

arco jano velabro roma

Sus cuernos apuntan hacia el palacio Rhinoceros, nueva sede de la fundación Alda Fendi. Sus fuertes patas, el color de su piel, inmóvil ante los 4 pilares de Jano, me sugieren que él es arquetipo del arco. Un paso guarnecido por su mole: protección para amigos, temor para los enemigos. Más allá se sube hacia el Palatino, justo en la vertiente en donde se encuentra el Lupercal. Este valle del Velabro (ad Velum Aureum) era el paso natural desde el río hacia el valle Murcia (Circo Máximo) y el Palatino. Aquí, en el siglo XIII la familia de los Frangipane había construido una torre elevándose sobre el Arco, uno de los límites naturales de su isla dentro de Roma.

vista palatino terraza velabro

El Palatino (Cermalus) en la zona de la ‘escala de Caco’ y Casa de Romulo visto desde una terraza del Foro Boario.

Hércules en el Foro Boario

Las sorpresas no terminan nunca en Roma. Precisamente en el Foro Boario, el de los bueyes, recordamos el mercado de animales pero también el episodio de Hércules y las reses robadas por Caco. Hércules es uno de los protagonistas de este valle cuando la ciudad no existía y las colinas del septimontium eran un ‘lugar ameno’ de fresca hierba.

Hércules, tras la feroz pelea con Caco… «ofreció a Júpiter una décima parte del ganado y a aquellos pastores que se aproximaron a él para agradecerle el haberlos librado de un ladrón tan peligroso, les encomendó que desde ese día en adelante hicieran sacrificios semejantes en memoria suya. Ese altar lo conocemos con el nombre de Ara Máxima de Hércules y sus sacerdotes visten pieles y ofician con la cabeza descubierta, rodeada sólo de una corona de hojas de álamo. Todos sabéis dónde está». Así nos habla de este lugar, reviviéndolo, Isabel Barceló en una entrada de su blog Mujeres de Roma.

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Muro del Ara de Hércules en Santa María in Cosmedin

En efecto, todos sabemos donde está:  bajo el altar de Santa María in Cosmedin. Un lugar tan especial que, más allá de la más famosa tapa de alcantarilla del mundo: la Bocca della Verità (la boca de la verdad), conserva una de las memorias más antiguas y permanentes de la historia de Roma.

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A este héroe vencedor se le dedicó un templo circular, concluido como el pasado y como la memoria. Un templo en aoristo, en un punto perfecto, en donde queda encerrada su historia y no la imagen o el culto. Su victoria se cumplió aquí luchando contra el más fuerte de los malos (Caco), ladrón por antonomasia. Ni vacas, ni fuerza, ni casi nada de él ha quedado sino su memoria y este edificio. Palabras y piedras son el auténtico triunfo ante el tiempo, ladrón con el que intentamos luchar desde el alzar al calar del sol.

Sorpresas en cuclillas

joven en cuclillas miguel angel

Tengo que reconocer que mi primera intención al verle fue la de echarle mi chaqueta por los hombros. Quizás porque lo vi un frío y ventoso día de invierno. O quizás porque su desnudez sentada no se imponía como una hermosa muestra de un cuerpo perfecto. Tal vez porque al estar sentado en la fría piedra, en cuclillas, algo me hizo verle indefenso o desvalido.

En este valle, bajo el signo del rinoceronte que lo protege fuera y las miradas de Jano y Hércules, un muchacho parece atrapado por su pie que no acaba de distinguirse de piedra de la que ha brotado. Le falta poco, todo en él es una tensión que se concentra.

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Joven, terso, en silencio, recogido. La ligera cadena de sus vértebras es una invitación a tocar la firmeza de sus huesos elásticos bajo su delicada piel. Herido en su pie, o masajeándolo por el cansancio te quedas pasmado contemplándolo, cogiéndolo permanentemente de sorpresa. Invado su recogimiento, su momento de íntimo reposo, fugaz y, al mismo tiempo, permanente. Un instante en el que espero que alzará la cabeza para mirarme al notar mi mirada. Pero sigue allí, absorto, contemplando su pie, sitiendo un cierto dolor en sus músculos, un sus rodillas que nunca conseguirán extenderse. En este rincón del Foro Boario de Roma un Hércules muchacho, fuerte y primordial, sin bruñir, nos espera.

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Joven en cuclillas de Miguel Ángel en exposición temporánea a Roma

«Nil sine magno vita labore dedit mortalibus». Imposible no acordarnos del otro muchacho que en la colina del Campidoglio intenta quitarse una espina del pie. Los pies. Tendría que hacer un recorrido por la ciudad mirando los pies del arte: sucios de peregrinos, delicados, de largos dedos que parecen levitar, rotos, escondidos bajo togas, consumidos por mil caricias de devoción. Los pies, que nos unen a la tierra, imagen de nuestra fragilidad y de nuestros trabajos más aún que las nobles manos. Como dice Horacio, «nada se nos concede a los mortales sin gran trabajo».

El reposo de este pistón cagado de energía, prisionero de la roca – tierra, contemplando su pie, sintiéndolo con sus manos, me habla de los trabajos titánicos de Miguel Ángel. En 1534 tuvo que dejar a su muchacho en el monasterio florentino de San Lorenzo. Lo abandonó para que fuese eternamente recién nacido. Saliendo de una roca madre con la que sigue fundido, como si tuviera pies de lava. O muriendo, como si se hundiera en la informe nada de piedra que lo empieza a engullir desde los pies. Arenas movedizas de los mortales, el tiempo.

Despeñados

Desde el Foro Boario, al lado del río, sube en ligera pendiente via de San Giovanni Decollato. Nuestro san Juan Decapitado nos conduce hasta la Roca Tarpeya que se distingue a lo lejos. La iglesia de San Juan, la Roca y la iglesia de la Consolación forman un triángulo que recuerda otras luchas de esta Roma: las del cuerpo que oficialmente elimina a los que considera enemigos. Debilidad, enfermedad autoinmune, cura antibiótica o locura lo cierto es que son lugares que, al lado del Foro Boario, nos traen el recuerdo de los abandonados de la vida, por voluntad de otros, en nombre del bien común.

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Roca Tarpeya, al final de via San Giovanni Decollato, dejando el Foro Boario

Reflejos de Plata

Detrás del rinoceronte, detrás del Arco de Jano, nos espera una tercera puerta. Otro espacio hermoso, decorado, esta vez construido en el siglo III en honor a la familia imperial de los Severos. Los comerciantes del foro Boario y en especial los ‘argentarios’, los que cambiaban las monedas, lo construyen como una memoria. Sin embargo, por política y poder, al poco de ser construido sufrió los efectos de una memoria dañada, herida por una venganza que pretende ser más fuerte que el tiempo, que teme las facciones de un rostro.

Ahora, este arco, formando parte de una Roma escondida, se apoya en la preciosa iglesia de san Jorge en el Velabro (San Giorgio al Velabro) y parece no conducir a ninguna parte. No marca ningún límite y nadie traspasa el espacio de sus tres trazos sobre el antiquísimo vicus Tuscus que llevaba hasta el corazón del foro romano. Me acerco de todas formas, como el loco buscador de un tesoro. Esta vez, al contrario de lo que pasó en el siglo XVI, no empiezo a piconearlo.

Hoy me quedo sólo con una imagen: Un prisionero con la cabeza gacha -siempre mirando hacia sus pies-, las manos en la espalda, argollas y cadenas. Él es el mejor botín de guerra, mercancía para los vencedores, orgullo en piedra. Me imagino su silencio en el corteo del triunfo y vuelvo con la imaginación al muchacho en cuclillas. Al fin y al cabo, en ese tiempo el poder no escondía su origen.

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Arco de los Argentarios en el Foro Boario

Ante mis ojos contemplo un rinoceronte enfurecido que derriba los bancos de los argentarios, deshaciendo los recintos de los animales en el Foro Boario. Convierte todo mueble en astillas, los cuerpos en sombras que se desvanecen. Nadie sabe de dónde ha salido. Todos huyen dejando desierto el valle del Velabro como nunca se había visto. Sólo cuando se queda solo lanza su rabia en fuertes bramidos y se calma, dialogando con otras piedras gris blanquecinas. Es un rinoceronte blanco que nadie se atreve a afrontar.

Un poco más allá, detrás de San Giorgo, se levanta pesadamente un elefante. Una sabana africana en el Foro Boario. Una memoria que nos llega desde la Edad Media nos habla de este lugar como ‘Ad Elephantum’ por una fuente con un elefante que dominaba el antiguo mercado de las hierbas: Elephas herbarius. Se acerca con pasos tranquilos y deja el aire cargado con olor a timo, tomillo, romero y hierbabuena.

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