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Si uno no quiere o no puede dormir, Roma es una buena compañera. Durante casi todo el año, con sus noches templadas, nos ampara con el consuelo de sus voces, sus historias, sus lugares. En la oscuridad ellas son como la música de Orfeo para sacarnos de nuestras pesadillas o recordarnos que también en Roma de noche podemos caminar y volver a casa.

Un paseo de noche a finales de agosto

Me animaba, en medio de una noche tórrida, imaginar las aguas del Tíber. Habiendo pasado hacía poco el Ferragosto, la ciudad seguía sumergida en el torpor de los días sin tráfico. Muchos romanos se habían ido hacia las playas dejando la ciudad a los turistas y a los que con ellos seguimos descubriendo Roma.

A la 01.30 mis pasos, desde el Trastevere se dirigieron hacia la Isla Tiberina. En esa cálida noche para mí la isla recobraba el antiguo nombre de Licaonia, isla sagrada donde residía Júpiter, el que convirtió a Licaón en lobo. Lugar que recuerda el castigo divino ante la crueldad de los humanos. Un hombre convertido en lobo sanguinario mientras que una loba, muy cerca de allí, salvaba a dos gemelos. La naturaleza y sus fieras que dan vida, protegen en la oscuridad sombría entre el río y el Palatino, mientras la crueldad del hombre se convierte en un monstruo que puebla la noche de miedos.

La luna estaba casi llena, suspendida sobre el Puente Roto, cuando mi sombra pasó sobre el Fabrizio. En esta Roma de noche, agua y calor, el río, que allí pasa tan rápido, hipnotiza. No sé cuánto tiempo me quedo allí, sobre el agua, contemplando su paso brillante camino de la luna que rápidamente desaparece bajo el horizonte. barrio judio roma noche

El Portico di Ottavia durante un paseo por Roma de noche

Las luces de la ciudad barren el espacio que se ha creado entre la nueva Sinagoga y el Portico di Ottavia. Me aparto hacia la derecha refugiándome en la penumbra mientras sigo mi paseo alejándome un poco del río. La sombra del Campidoglio, con sus laderas escarpadas, se acerca y se me queda a la izquierda hasta llegar bajo el clivus capitolino. La ciudad me ofrece una preciosa vista del Foro, lugar perfecto para encontrarme en medio de esta noche, una princesa durmiente, cansada por la aventura de la vida. Como si fueran de agua, mis pies siguen la ligera pendiente del valle que se abre hacia el Velabro.

Caminar en el silencio de esta noche por via de San Teodoro, bajo la colina Palatina, es volver a los orígenes de Roma. Cierto, las luces, los coches aparcados, las casas, han transformado esta pendiente que baja suavemente hacia el río. Pero en esta tranquilidad, entre las sombras, es fácil imaginar, entre mitos e historia, los tiempos de la fundación de Roma.

Al llagar al Circo Massimo siento la tentación de colocarme bajo las estrellas como único protagonista de esa gran explanada. Pero esta noche me siento poco aventuroso y más amante de los rincones, de las sombras de aleros o ramas. Así que tuerzo a la derecha y llego hasta Santa Maria in Cosmedin. Cruzo la calle y me siento junto a la fuente de los tritones, ante el templo dedicado a Hércules. Recuerdo entonces la ciudad herculina que me vio nacer. Recuerdo a mi padre que hoy cumpliría sus años. Pienso que le habría gustado mucho este paseo en el que sientes los pelos de punta aunque no veas al lobo.

Ya son las 02.30 y caminar me ha hecho bien. Puedo cerrar el círculo y volver al Trastevere tras haber deambulado como un perro callejero, sin correa, o quizás como un antiguo hombre-lobo. La noche hace otros los lugares, lleva a otro tiempo, y hasta podemos llegar a ser los protagonistas de un sueño.

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