Roma y sus elefantes. CurArte con mansedumbre

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Me encuentro ante una de las esculturas más famosas de Roma. Descubrirla, escondida detrás del Pantheon, en pleno centro de Roma, es una agradable sorpresa que nos puede hace sonreír pero también intriga. No se trata de una fuente monumental, ni de un personaje famoso, ni nos acerca a dioses, papas o guerreros. Se trata de un pequeño elefante que Bernini diseñó colocándolo sobre un alto pedestal, mientras soporta pacientemente y sin aparente esfuerzo el peso de un obelisco. Cada vez que paso ante él no puedo evitar pensar en Obelix con su menhir. Hay algo de tierno e ingenuo pero también de pasota bravucón tanto en el elefante de Bernini como en el galo grandullón.

Fuerza y mansedumbre

La idea de regalar a la ciudad este elefante me parece una invención genial del artista.  Aunque quizás para inspirarse no tuvo que ir muy lejos. Corría entonces por Roma uno de los libros fantásticos más hermosos que imaginar se pueda: la Hypnerotomachia del Polifilo (1499). En él se encuentra un grabado que representa precisamente un elefante que lleva un obelisco. Bernini le dará además un carácter de bufón o rey (a ambos podría no importarles eventuales chanzas), con realidad tridimensional, pasando a formar parte de la vida vecinal del Roma con el mote de ‘porcellino’ (cerdito).
El elefante de Bernini es fuerte, sostiene, pero no embiste ni pisotea a nadie. Cumple aquella característica que Aristóteles le atribuía paradójicamente al gran paquidermo: la mansedumbre. Esta característica me lleva hasta mi infancia de la mano de una jocosa hipérbole que en algunos dibujos animados me mostraba a un gran elefante aterrorizado ante la aparición de un ratón. Paradojas que nos hacían reír, burlándose del gigante bueno que disfruta de la tranquilidad de sentirse más grande que cualquier otro ser, sin necesidad de defenderse y, por tanto, tampoco de atacar a los más pequeños.
En algunos grabados antiguos, como el de Camerarius que me hizo descubrir Joaquín Huertas, el elefante es presentado como ejemplo a seguir por el rey en el trato hacia sus súbditos. El gran elefante aparece manso y sereno ante un rebaño de ovejas. Podría haberlas pisoteado y envestido. Sin embargo, al no tener nada que temer y nada que ganar, prefiere quedarse como guardián y protector, suscitando tranquilidad, en vez de ser temido por su posible fuerza violenta.
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Los grandes ceden

Un elefante, exótico y familiar en Roma

100 años antes de que una hermosa estatua nos regalara la posibilidad de encontrarnos, generación tras generación, con el elefante de Bernini en las calles de Roma, otro de carne y hueso, durante 3 años, hizo las delicias de los romanos y visitantes.
Se trataba de un elefante blanco, regalado por el rey de Portugal Manuel D’Aviz, también llamado Manuel I el Afortunado. Realmente, un título que pocos tienen la suerte de llevar. Durante su reinado por una parte Vasco da Gama en 1498 abrió la ruta comercial que bordeaba África por el Cabo de Buena Esperanza. Por otra, en 1500 Pedro Alvares Cabral llegó a Brasil y en 1511 Portugal obtiene el monopolio de las rutas comerciales en el océano Índico. A tales favores de la providencia, corroborados por la bendición papal, el rey corresponde con un regalo ‘gigantesco’ al recién elegido papa León X (Giovanni de’ Medici).
Gigantesco y vivo llegó el regalo del rey hasta Roma. Hanno -con este nombre pasó a la historia- era un elefante que creó batió todos los records en cuanto a viajes. De su natal Sri Lanka llegó a Lisboa y desde allí a Roma. Yo lo descrubrí leyendo el libro The Pope’s Elephant de Silvio Bedini y sólo luego me lo encontré en Roma. Poder descubridor de los libros.
Con la memoria de lo leído y mi imaginación bajo el brazo me dirigí hacia Castel Sant’Angelo. Me puse de puntillas para ver tal maravilla por encima del muro del tiempo.

Maravilla y monumento viviente

Era un 12 de marzo 1514 y toda la ciudad estaba llena de un gran bullicio. Nadie, tampoco yo, quería perderse la gran procesión con los regalos del rey de Portugal. Incluso el papa León sale del Vaticano, recorre el Pasetto, llega al Castillo y se asoma a la torre de los Borgia que le ofrece una maravillosa vista de Roma. En la otra orilla, justo antes de llegar a la altura del Castillo, la procesión se para haciendo espacio para que el gran elefante se presente. Hanno se presenta ante el papa, hace tres veces una genuflexión mientras suenan varias trompas, estando la suya, imagino, impedida por las reverencias. Al papa se le ve tan feliz que da pequeños saltitos como un chiquillo emocionado.
Fue un día que marcó la ciudad y a sus habitantes. Tanto que, en cierta manera, esa procesión de regalos inimaginables sigue viviendo en la lengua de los romanos. Ellos y yo, sin saberlo, lo seguimos celebrando. Todo empezó cuando el papa hizo un decreto por el que las personas de la comitiva portuguesa, un centenar, no tendrían que pagar en restaurantes, teatros, locandas, etc. Todo pagado para los invitados del papa. Una forma para dar la bienvenida y mostrarse grato ante tan grandes regalos. Sin embargo, el gesto de hospitalidad provocó que en pocas horas Roma se llenase de ‘portugueses’ y que las arcas pontificias se vaciarán rápidamente. De ahí el dicho romano actual ‘non fare il portoghese’ cuando usas un servicio sin querer pagarlo.
Plato de 1516 en el que aparece el papa Medici, León X llevado en silla gestatoria precedido por un elefante, Hanno, que forma parte de la corte papal junto a cardenales, soldados, músicos y caballeros.

El elefante romano

El nombre de Annone que le dieron los romanos quizás provenga de la palabra malabar ‘ana’ utilizada por su cuidador indio. Esta palabra significa elefante e imagino que los romanos, acostumbrados a tratar de tú a tú todo lo grande, le añadieron un sufijo aumentativo para domesticarlo y que formara parte de las maravillas ‘familiares’ de Roma.
El papa, queriendo tenerlo cerca, le construyó un recinto cerca del actual Largo del Colonnato. No sólo esto, hizo que su mismísimo consejero y ‘cameriere segreto’ , Giovanni Battista Branconio, se encargase de que no le faltase de nada. Tan importante fue ese encargo para Giovan Battista, que en la capilla de su familia en la iglesia de San Salvatore en L’Aquila, donde vio por primera vez la luz y ahora se esconde a la vista de todos, la imagen de un elefante lo sigue acompañando.
En momentos memorables Hanno dejaba su recinto y ofrecía a locales y visitantes el espectáculo de su paso por las calles de la ciudad. Uno de esos momentos fue la procesión para coronar en el Campidoglio al Poeta Baraballo o Barabal. Había insistido en poder ir montado sobre el famoso animal, sintiéndose como artista, en lo alto de la creación. Así aparece retratado, a lomos del elefante nada más y nada menos que dentro de los Museos Vaticanos, escondido en la madera de una puerta de la Sala della Segnatura de las Estancias de Rafael. Lástima que con el tumulto de la fiesta y los cañonazos, el elefante se asustó y acabó tirándolo, afortunadamente sin graves consecuencias. Un signo que también en este caso los romanos no desaprovecharon para recordar a los más encumbrados personajes qué rápida y dolorosa puede ser la caída.
Raffaello Autorretrato con amigo Giovanni Battista Branconio
Autorretrato de Rafael Sanzio con Govanni Battista Branconio. El pintor pone mansamente su mano sobre los hombros de su amigo. Cuidado y protección dedicadas a quien era camarero privado de León X y cuidador del elefante Hanno.

El elefante de Raffaello

Si el elefante de Bernini resiste inmutable cargando con su obelisco, para deleite de niños y grandes, el gran Hanno empezó a no comer y tener el intestino bloqueado. Intentando ofrecerle las curas más innovativas por muy costosas que fueran le dan a beber una purga consistente en 500 gramos de oro. No es de extrañar que poco después el pobre elefante se muera, el 8 junio 1516. Lo enterraron en los jardines del Belvedere antes de que se convirtieran en el Patio de la Piña y de la Biblioteca Vaticana. Su tumba se descubrió por casualidad en 1962 cuando habían excavado para hacer pasar unos cables de la luz para el aire acondicionado de la biblioteca. Es cierto que Roma subterránea ofrece un sinfín de descubrimientos y la arqueología preventiva, cuando se realizan obras como las actuales de la línea C del metro, sacando a la luz tantos tesoros como rica es la historia y grandeza de la ciudad. Sin embargo, encontrarse los restos del paquidermo, confundido incluso con un mamut al principio (ya habían encontrado restos de uno al construir el Vittoriano), fue todo un evento internacional.
Volvieron a sonar las trompas como las del Juicio Final y los huesos de Hanno parecieron recobrar vida, levantándose, enorme y poderoso, manso porque se acerca a la pequeña mano que lo limpia, cuida, describe o retrata.
Para que nos hagamos una idea de la fama que gozó, en vida y tras su muerte, durante casi un siglo se mantuvo una pintura mural de tamaño natural que el papa había encargado a Rafael para que el pueblo de Roma, gracias a su arte, pudiera seguir contemplando las formas de ese prodigio de la naturaleza. Se trataba de inmortalizarlo con el arte de un gigante de la pintura que, con su fuerza y tamaño pasaba manso y amoroso, triunfando en la corte papal. Ambos, Rafael y Hanno, tuvieron vida breve, al contrario del iracundo y titánico genio de Miguel Ángel.
Me gusta pensar que ambos quisieron dejar una última recomendación para todos los grandes. El tamaño, la gran capacidad, sirve y no ejerce violencia sobre los más débiles. Mansedumbre (acostumbrarse a la mano) del animal y, en palabras del poeta Ramón Gaya, mansedumbre de la obra:

Acude entero el ser, y, más severa,
también acude el alma, si el trazado,
ni justo ni preciso, ha tropezado,
de pronto, con la carne verdadera.

Pintar no es acertar a la ligera,
ni es tapar, sofocar, dejar cegado
ese abismo que ha sido encomendado
a la sed y al silencio de la espera.

Lo pintado no es nada: es una cita
-sin nosotros, sin lienzo, sin pintura-
entre un algo escondido y lo aparente.

Si todo, puntual, se precipita,
la mano del pintor -su mano impura-
no se afana, se aquieta mansamente.

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Sala de Constantino de los Museos Vaticanos. Algunas de las últimas pinceladas que nos regala la mano de Rafael están dedicadas a la ‘Comitas’, la Mansedumbre. Testamento de un gigante.

El elefante de Bernini no está solo

Si queréis ver un diseño que reproduce la obra de Raffaello y la preciosa dedicatoria del papa, llena de cariño, la podéis encontrar en la biblioteca del Monasterio del Escorial. Allí se conserva un dibujo que hizo Francisco de Holanda en 1538. La vida de la ciudad, aunque nos duela pensarlo, borró la obra original. Roma no sólo vive conservando sino también destruyendo, utilizando los espacios para crecer, cambiar, adaptarse.
Eso fue lo que hizo el papa Paulo V encargando a Maderno que en el lugar en donde Rafael había retratado a Hanno tenía que abrir una puerta (Horaria) que permitiera el acceso desde la plaza hacia las residencias papales del Vaticano. Una puerta que, a su vez, duraría muy poco ya que quedará destruida por el omnipresente trabajo de Bernini al construir la columnata de Plaza San Pedro.
La historia parecía ensañarse con la memoria de Hanno. Dos siglos más tarde, con el Tratado de Tolentino, Pio VI entrega todas las piedras preciosas y perlas que Hanno había transportado de parte del rey de Portugal. De los regalos de entonces parecía no quedar ya casi nada. Sin embargo, para salvar lo salvable, el papa mandó conservar celosamente al menos las telas (mateles, casullas, ropas litúrgicas…) en las que se habían engarzado tales tesoros. Por desgracia, ni siquiera ellas consiguieron sobrevivir. En el mismo patio del Belvedere en donde reposaba Hanno sin que nadie lo supiera, las tropas francesas quemaron todos aquellos tejidos. Lo importante era recuperar el oro y la plata que pudieran contener en sus hilos.
El pequeño elefante de Bernini es capaz de mostrarnos cuánta fuerza es necesaria para conseguir la sabiduría. Pero no sólo esto, sino también el respeto que los auténticos sabios saben poner al servicio de quienes tenemos menor capacidad. Es curioso, en estos días, mientras escribía estas palabras, he descubierto en varios puntos de la ciudad la presencia de elefantes. Estaban esperando que los descubriera y también os esperan a vosotros.
Sacrificio de Noé Miguel Angel Capilla Sixtina
Fresco de la bóveda de la Capilla Sixtina (Museos Vaticanos) en la que Miguel Ángel nos presenta a Noé realizando un sacrificio. Entre los animales de la izquierda que presencian la escena aparece un elefante.
Quien sabe si algún día, excavando para hacer un garaje o bajo las rosas de un jardín, alguien encontrara, entre vasijas, ladrillos y estatuas, los huesos del rinoceronte que el rey de Portugal también envió a Roma en diciembre de 1515. Seguramente, ante el éxito de la primera embajada, quiso repetir el portento y dar un digno compañero al elefante Hanno. Por desgracia, hubo una fuerte tormenta y el rinoceronte acabo sus días al caer al mar. Pero recuperaron su cuerpo y embalsamado -alguna mano de artista lo dibujó- sabemos que llegó a Roma y sólo ella sabe dónde estará.

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