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El tiempo para un café, también en Roma, es sagrado. Sobre todo, cuando entras en el Antico Caffè Greco y puedes sentarte en la mesa de Gogol o de María Zambrano, de Nino Costa o Schopenhauer. El antiguo café era lugar de tertulias, un 'omnibus' que te lleva también hoy a encuentros, a charlas o discusiones en los que pones en juego la vida.

Lola Mora bajaba con mucha frecuencia desde su preciosa casa en via Dogali, actual via Romagna, hasta el Antico Caffè Greco de Via Condotti. ¿Por qué escojo esta escultora argentina para empezar a hablar del Caffè Greco? La respuesta está en esa misteriosa atracción que luego se hace contagio, por el que este café fue, y en parte sigue siendo, un precioso lugar de encuentros. Todos los bares, los cafés, tienen una función social importante, pero se da el caso de que el Caffè Greco acogía, desde su creación en el siglo XVIII, a grupos de artistas romanos y otros que desde diversas partes del mundo acudían a Roma.

Lola Mora llegó a la ciudad en 1897 y aquí vivió durante 18 años. Es más, construyó una casa preciosa que aún podemos ver en los terrenos que Rodolfo Boncompagni Ludovisi había empezado a vender en 1880. La preciosa villa y jardines del príncipe pasaron a ser un barrio elegante de la nueva Roma, capital de Italia. Allí cerca estaba la residencia de la Reina Margherita -actual embajada de los Estados Unidos- y también, por via degli Artisti, se bajaba hacia Trinità dei Monti y luego a Plaza de España por la preciosa Escalinata.

Caffe Greco en Via Condotti

El tiempo de un café

Para escuchar, para apreciar, hace falta tiempo, el tiempo de un café. Cuanto más imprescindible se hace lo efímero, el placer o el juego, más tiempo hace falta para rodearlo, compartirlo y llevarlo volando en sus alas. La esperanza de llegar hasta donde están quienes queremos encontrar o nos podrían sorprender, convertía el Caffè Greco en una meta, un plan, sin dudas. Los pies iban solos.

Por eso no habría sido extraño que, alguna tarde de otoño, Gabriele D’Annunzio hubiera visto a Lola bajando por la escalinata, dirigiéndose hacia el café. Tal vez la haya visto entrar atravesando las salas hasta llegar a la Sala Rossa o entrar en la del ‘omnibus’, más movida y caldeada, en alguna tarde de invierno. Tal vez ella haya fijado su atención en el exuberante deseo, la belleza desafiante, que anunciaba el vuelo de la pajarita de aquel gigante bajito. Sea como fuera, él solía llamarla «la argentinita con los cabellos peinados por el viento.» En la sala Gubinelli, una pajarita regalada por D’Annunzio parece seguir esperando, de nuevo, sus cabellos y el viento.

Delicada y grácil, las manos de esta mujer crearon los primeros gigantes de piedra, llenos de antiguas bellezas, para decorar Buenos Aires. Roma era un lugar perfecto para trabajar con el mármol por historia, cercanía de los materiales y producción. Su maestro Giulio Monteverde, los encuentros con sus conocidos como Mario Rutelli o Guglielmo Marconi, el cuidado de su casa y taller, llenaban de emoción la vida de una argentina en Roma. Los momentos para compartir la fragua del Caffè Greco, eran una amarga delicia tostada. No era sólo un café literario o de artistas, era un resumen de la vida que seguía alimentando Roma y la que de Roma nacía.

El Caffè Greco lugar de tragedias

¿Discusiones entre artistas y políticos? Tantas cuantas puedas imaginar. Por ejemplo, algunos pintores consideraban a Mariano Fortuny como «un artista exqusito y fascinante pero un detestable ‘caposcuola’.» Artistas franceses, como Ingres, Bizet o Berlioz que bajaban desde la Academia de Francia en Trinità dei Monti, ingleses y alemanes entre los que se encuentran incluso los nazarenos, daneses y de toda América traían como piratas a la taberna de un puerto, tesoros, heridas e historias de lejanos mares. Reyes como Luis de Baviera, un futuro papa (León XIII cuando se llamaba Mons. Pecci), o Sandro Pertini, no han dejado de entrar en sus salas recogiendo el aroma del famoso ‘café’, mientras recorrían las estrechas salas con los que, al menos allí, compartían tiempo y lugar.

Todos se reunían luego según afinidades y gustos, discutían, criticaban y creaban lazos como los del grupo In Arte Libertas. Un lugar de apasionadas discusiones sobre todo en la Roma Moderna e incluso de lances amorosos.

Volvemos así a nuestra querida Lola Mora. El 22 de abril de 1913 la escultora cumplía 46 años y se había quedado sola en casa. Un amigo, en fecha tan señalada, la convenció para que saliera y festejase en su lugar preferido, el Caffè Greco. Al llegar, en una mesa del fondo, vio que su marido Luis Hernández se entretenía amorosamente con una dama que había sido su modelo. ‘Cochino’ le gritó y le estampó una sonora bofetada. Tras 4 años de matrimonio concluía así en este café una historia. Los encuentros en este local también pueden ser el momento más trágico de una crisis.

El refugio de un café

A la separación de su marido se sumó la llegada de la Iª Guerra Mundial en 1915. Todo ello hará que Lola deje Roma y que el Caffè pierda la abundancia de sus clientes. Sólo la paz invita a que los artistas se encuentren en un café y no entre trincheras y en los frentes. Aunque, a veces, como para Josep Pla, el café pueda ser un refugio en tiempo de guerras.

El café en Roma es buenísimo y, al placer de la bebida se suma el de la conversación, necesarios ambos para aplacar las penas. En este café, incluso un catalán exiliado como Josep Pla, se encontraba con paisanos, tertulias culturales y de amistad ante las dificultades de una terrible Guerra Civil. El dilema entre ir a estudiar en el archivo de la Embajada de España ante la Santa Sede o acudir al Caffè Greco, la mayor parte de las veces se resolvía en favor de este último. De hecho, en la sala Roma, junto a los paisajes de Giovannini, encontramos una carta del periodista catalán corroborando su pasión por el café y este Caffè.

Refugio preferido también para artistas como De Chirico que durante 30 años bajaba desde su preciosa terraza en la plaza para pasar largos ratos en el Caffè Greco. El humo de los cigarrillos, los buenos precios y una calidad que no bajaba incluso en tiempos de crisis, hacían de este lugar un espacio acogedor para los numerosos artistas que vivían en lo que en otro tiempo era el ‘cuartel’ español, entorno a Piazza di Spagna.

Es verdad. Algunos se lamentaban del excesivo ruido y humo, pero la mayoría lo aceptaban como parte fundamental del local. Un ambiente que, junto a un cierta abundancia de estímulos un tanto oriental, ofrecía tantas oportunidades, lleno de novedades, de gentes variopintas, de voces, acentos y modas diversas. Todos los que entran se rozan, agrupan, beben y producen una sinfonía de encuentros como los que nos muestra Guttuso en colores o trazos de lápiz.

Historia de un café con tantas historias

Desde que en 1760 se conoce a un Nicola di Madalena que aquí se dedicaba a la famosa bebida del café, por el local pasaron desde Casanova hasta María Zambrano, Byron, Wagner, Mark Twain o Búfalo Bill. En el precioso libro Le Cronache del ‘Caffè Greco’ de Diego Angeli podemos encontrarnos con algunas de estas historias llenas de interés y que siguen viviendo. De hecho, cada primer miércoles del mes se sigue reuniendo el ‘Gruppo dei Romanisti’.

Un café es un lugar estupendo para compartir la pasión por Roma en tantas artes y disciplinas. En sus mesas nacen feroces críticas, se derriban proyectos y se inician otros de monumentos tan importantes como el Vittoriano. En una ciudad que aprende a ser eterna en lo efímero, es una bonita experiencia saber que en este lugar, que ocupa el tercer puesto mundial entre las tiendas más antiguas que siguen en vida, el aroma de un buen café nos invita a un tiempo de recreo.

ludwig passini cafe greco
Pintores alemanes del siglo XIX en el Caffè Greco. A la izquierda R.Lehmann consulta la famosa caja metálica del correo. A la derecha se encuentran W.Wider, J.Muhr, E.Meyer, A. Riedel, L.Pollak, F.Catel, O.Wichmann y L.Sussmann.

Comentario

    Bellissimo!!!

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