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Subiendo hasta San Pietro in Montorio por el Via Crucis, llegamos hasta un lugar donde el arte nos habla del dolor y la gloria. Desde esta altura podemos casi tocar el cielo y también conocer el cansancio de la subida, cargados con nuestras historias.

«¿Conseguiremos  -o conseguirán los que nos siguen- llegar al lugar donde el aire libre suprime la cruz y el calvario?» María Teresa León vivía en via Garibaldi, ladera abajo de la Via Crucis que ascendiendo por el Gianicolo nos acerca a la Academia de España y San Pietro in Montorio. Carmelo Pastor interpretó en barro policromado allá por los años 50 este ascenso que se realiza descendiendo. Subir, acortando las distancias con el cielo, renunciado a la altura de cualquier dignidad, título, vestido, historia. Aligerarse para subir, es mi pasión en Roma.

Via Crucis

via crucis san pietro in montorio

Ascendemos para ver, deseando llegar a ese aire libre, como una esperanza de elevarnos ante las dificultades, ovillos de inextricables hilos de pez. Como polvo que va depositándose, gravados con el peso de incontables partículas, los remordimientos pasados y los temores del porvenir, van formando un limo bajo junto al río.

«Desines timere, si sperare desieris» (Séneca, Ep. 5, 7-9). Dejarás de temer cuando hayas dejado de esperar. Y así, suprimiendo la pavorosa cruz, renunciando, ser libre. No sé si alguien consiguió vencer el miedo renunciando a toda esperanza. No sé de nadie que lo haya logrado aunque pueda parecer el culmen de la sabiduría y al mismo tiempo inhumano. Temer, en cambio, es iniciar la subida ayudados por la cirenea esperanza, el sentir más humano que reconozco en mí.

Con Roma a nuestros pies sólo el deseo, la esperanza, son los que hacen soportables esta Via Crucis, guía paso a paso, hacia el lugar donde el horizonte cruza nuestra ascensión. Al mismo tiempo, me doy cuenta que el sí, la entrega hasta el final sin amor, pasa recibo, es un sacrificio que luego pretende compensaciones, acreedor de correspondencia apagadora. Sólo por amor, cumplimiento deseado cueste lo que cueste, se inicia el gran diálogo en el que no hay sentencias sino un sí esplendoroso a todo.

«Todo dice que sí.
Sí del cielo, lo azul,
y sí, lo azul del mar;
mares, cielos, azules
con espumas y brisas,
júbilos monosílabos
repiten sin parar.
Un sí contesta sí
a otro sí. Grandes diálogos
repetidos se oyen
por encima del mar
de mundo a mundo: sí.»
(Pedro Salinas, La voz a ti debida)

Transfiguración, gloria e infierno de pasión en Roma

«Mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura»
(San Juan de la Cruz, Cántico)

transfiguracion rafael

Rafael, en su último cuadro, ha querido ver su figura, el momento en el que el cielo entra en la tierra y desvela su rostro. Dar a la caza alcance en una cima que se llena de presencias. Primero la luz y el esplendor del blanco vestido. Y Pedro, con Juan y Santiago, que no saben lo que dicen ‘con un no sé qué que quedan balbuciendo’. Mudos también están los otros apóstoles pero de vacío, a los pies de la montaña, mientras no se acalla el grito desesperado de un niño. Infierno de impotencia muda ante el mal que grita con pura rabia desesperada. El mal más terrible y que no admite cambio pues se adueña de la libertad. Sin conciencia, sin culpa y sin remedio. Puro daño.

Luego, llegarán las nubes que ocultan y sobrecogen. Pero Rafael ya no las pinta. Parece querer quedarse en ese cielo que lo espera y, al mismo tiempo, espantado ante el mal que nada parece aliviar. La voz que servía para iluminar el significado de lo que acababan de ver es sólo un eco mientras el telón de nuestra carne se cierra. Y así este cuadro servirá de cabezal a la hora de velar al joven artista muerto.

Atado a una columna

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Sebastiano del Piombo. Flagelación de Jesús en la Capilla Borgherini de San Pietro in Montorio

«Eres el más bello de los hombres.» Incluso silencioso, atado a una columna, con la cabeza y el tronco ladeados. Sólo estos tres elementos lo acercan a nuestras pasiones, claudicación llena de fuerza. Sebastiano del Piombo no deja de imaginarlo y mostrárnoslo con cuerpo y pose de los antiguos dioses, perfección ideal en la que el hombre se muestra como imagen divina de la belleza que lo llamó a existir.

Cada vez que entro en San Pietro in Montorio lo veo y mi atención se queda prendida en el pie de Jesús, perno de esa danza entorno a la columna. En la cóncava pared que acoge los colores a óleo de este fresco, el pie en el centro, firme y seguro apoyo, es el quicio que mantiene y gira un auténtico pilar de carne y hueso, agrede y atrae mi mirada. No puedo dejar de recordar la hermosa palabra italiana ‘cárdine’.

¿Cómo uno tan bien plantado acaba como un fracasado? El contraste entre esa belleza olímpica y la mísera realidad quizás no nos sea ‘simpática’ pero no puedo negar su fuerza. Consigue de manera estupenda recrear esa paradoja que está en lo profundo de la historia de Jesús: el que podía triunfar ‘Hosanna al hijo de David’, el que ‘todo lo hacía bien’, acaba atado a una columna, despojado y sin amigos. Es más, resuenan las palabras de todos aquellos que le recuerdan: si eres tan hermoso, tan bueno, si eres el hijo de Dios, sálvate a ti mismo. Ante este trabajo de Sebastiano del Piombo también miro incrédulamente la pasión de este hombre. Lo tenía todo para ‘triunfar’ espectacularmente -eso, estaría perfectamente en el centro del Olimpo- y en cambio ni siquiera se salva a sí mismo. Un aspecto divino y sin poder.

Una rama cortada

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Deposición de Jesús de Van Baburen en la Capilla de la Piedad de San Pietro in Montorio. Roma 1617.

Muerto tan joven. Un joven condenado por sedicioso. Una sedición que no pretendía ocupar el sitio de quien detenta el poder. Ahí está: retoño recién cortado, arrojado cuidadosamente, peso inerme, entregado blandamente al rigor de la muerte. También aquí su rostro está inclinado, claudicante, al final vencido. Imposible no pensar en la deposición de Michelangelo Merisi. Aquí Van Baburen ha puesto a Jesús en una sombra que lo cubre con un velo recatado, menos expuesto a las miradas curiosas de quien quería contemplar el cadáver del condenado, de quien ya no tiene nada más que perder. Una sombra, caricia de misericordia que cubre esta pasión en Roma. Otros, como su maestro de Caravaggio, prefieren poner más dramatismo en esa última afrenta a la más absoluta desnudez: luz desgarradora sobre las llagas entrando en ellas antes de que la oscuridad de la gruta, boca sarcófago, nos las esconda inmisericorde.

Signos de pasión en Roma

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Estigmas de San Francisco de Giovanni de Vecchi, Capilla de las Estigmas en San Pietro in Montorio.

Heridas que no cicatrizan. Sólo el tiempo hace curar y ahora el tiempo ya no existe para él. Ahora, quien lo encuentre, sin limitarse por lugares o tiempos, lo podrá reconocer por los signos de su pasión sin remedio.

Sin embargo, estoy seguro, no te hace ver las llagas como un recibo que exige un pago. Ni chantajista, prestamista o recaudador de impuestos. Lo hizo porque quiso y no te lo hace pesar como una cadena. Es más, si queremos, quizás corramos el riesgo de que nos pase lo mismo, haciendo que en este tiempo un trozo de eternidad deje abiertas nuestras heridas, signos de pasión. Así le pasó a Francisco: otro cristo.

Aquí, en esta colina del Gianicolo romano recorro este año la pasión con el arte. Desde la Transfiguración que anuncia y consuela hasta los estigmas -tantas huellas de padecimientos- en la carne herida por el tiempo, la que está tan cerca de nosotros que puede ser la nuestra.

Comentario

    Que hay mas bello, que subir por el via crucis y llegar a la explanada de San Pietro in Montorio y descubrir a Roma a tus pies y luego entrar a ver el tempietto de Bramante y luego a la iglesia de San Pietro. Todo es algo único

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