El coronavirus ha traído una de las mayores luchas que ha tenido y tendrá que luchar nuestra generación. En Roma, como en muchos lugares, provocó el parón casi total de cualquier actividad. Sobre todo, en lo económico, el turismo es quien se ha llevado la peor parte. Luego de mucho tiempo de espera, volvimos a realizar de nuevo nuestros tours. El segundo fue uno muy especial, pues visitamos un lugar alejado de los grandes focos, un sitio maravilloso y lleno de sorpresas: el barrio Flaminio.
Yo tuve la suerte de participar. Suerte en general y en particular, pues no conocía el barrio. La visita sería todavía más interesante. Recuerdo que, por cortesía de una compañera, pude ir en coche y en el trayecto vi alguno de los lugares que más tarde visitaríamos. Lugares que, horas después, vería con unos ojos totalmente distintos. Esa es la magia de descubrir nuevos sitios con un buen guía, con alguien que siente y conoce el lugar y lo cuenta con pasión.
Concretamente, me acuerdo de una construcción muy peculiar pero que parecía abandonada. Prejuzgando, me preguntaba qué tendría de atractivo algo así. Cuando, durante la visita, volvimos a pararnos ante él y la guía Carlotta nos explicó su origen, historia y nos enseñó fotos de su interior… no me quedó otra que avergonzarme y maravillarme. Aquel edificio es el Palazzetto dello Sport, uno de los estadios de baloncesto más bonitos que he visto realizado por el ingenierio Nervi. Incluso cuando se construyó fue comparado con un Panteón moderno.
Aunque eso no fue lo que más me sorprendió. Las dos primeras paradas del tour fueron en dos plazas. Cuando aparcamos, caminando al punto de encuentro habíamos pasado por ambas. Me parecieron un lugar sin mucho encanto, normales… Sin embargo, cuando Carlotta las revivió en sus palabras, conseguí verlas de otra manera. Resulta que la primera, la Plaza XVII Olimpiadas (actual plaza Jan Palach), era un lugar de encuentro y de relax para los mejores atletas del mundo en las Olimpiadas del 1960 en Roma. Como en aquel día vecinos y niños charlaban y paseaban, en 1960 Cassius Clay (Muhammad Ali) hacía lo propio en su concentración durante las Olimpiadas. En el mismo lugar donde ahora Carlotta lo recordaba.
La segunda fue la Plaza Grecia, una plaza con dos hileras de edificios creados para albergar a los atletas durante el tan importante evento. Pero tenía algo de extraordinario, su diseño y arquitectura estaba enfocado a crear un lugar de acogida, de cercanía y de comunidad. Pensado para hacerlo sentir una unidad y que los deportistas se sintieran cómodos y estimulase su sentido de convivencia y comunidad. Para que disfrutasen de su estancia interactuando. Una auténtica revolución, pues hasta aquel año no era nada habitual en las Olimpiadas que los atletas se alojaran de esta manera. Viéndola después de las explicaciones de Carlotta, me pareció preciosa.
El barrio Flaminio, además de historia moderna, esconde también alguna joya histórica. Así lo vimos en la iglesia de Santa Croce al Flaminio. Una iglesia en homenaje al emperador Constantino el Grande. Ya que el Ponte Milvio, donde logró su gran victoria en la que se hizo con Roma, está muy cerca. Entre árboles, sombra y edificios modernos, la iglesia de Santa Croce se alza como un oasis de una belleza diferente y una sensación única de paz.
Pasamos de historia a arte moderno cuando conocimos el MAXXI, un museo del barrio dedicado al arte contemporáneo y que, en sí, es una obra de arte. Sus formas desiguales y ramas entrecruzadas, como nos explicó Carlotta, son una representación del azar y de las diferentes direcciones que toman la vida y la naturaleza. Impredecible y sin un orden establecido. Su interior, curiosamente, es igual. Su colección no está repartida con ningún orden para que el visitante entre, como en los caminos de la vida, a dejarse llevar y a crear su propio recorrido.
El final y culmen del tour fueron las impresionantes vistas del Ponte della Musica. El puente que pone fin al barrio y nos lleva al otro lado del Tíber. Aunque, visto desde el lado del barrio Flaminio, por el paisaje, da la sensación de que el puente acaba directamente en la montaña, dentro del verde. Como un paso directo desde lo urbano a la naturaleza.
Llegué al barrio Flamino desconociéndolo. Cuando lo vi, no me sorprendía demasiado no haber hablado mucho de él. Cuando me fui, me preguntaba cómo no había descubierto antes un lugar con tanto que ofrecer, tanto que ver y tanto que disfrutar.