En la vida cotidiana de esta ciudad ocurren muchos milagros. Alguno tiene lugar incluso mientras se quitan las hierbas del huerto, al levantar los ojos hacia un muro. Sobre la piedra, otros ojos, tiernos y con un brillo de regocijo, observan al que, incluso con una grave enfermedad, había ido a cuidar de su huerta. Esos ojos son los que nos siguen mirando y podemos ver en Santa Maria dell’Orto, ensalzados por el precioso altar que le construyó Giacomo della Porta.
Nosotro, cultivadores de duros terrenos, en muchos casos asfaltados, podemos entrar en esta iglesia de Roma, para volver a aquel huerto del siglo XV, en las afueras de una Roma que para nosotros sería poco más que un pueblo, pero tan grande que llevaba en sí mil semillas que brotaban en un maravilloso Renacimiento.
Santa Maria dell’Orto, cultural y natural
Lo que cultivamos es fruto de nuestro saber. Pero natural es el sabor de los frutos si fueron cultivados con sabiduría, favoreciendo lo que en sí llevaban, alimentando lo que necesitaban. Esta iglesia que en sus formas actuales es tan barroca, ha seguido las vicisitudes de esta planta de Roma. A su lado creció incluso una fábrica de tabaco, en un barrio obrero de la época de Pío IX, el último papa que fuese también rey de Roma.
Desde los tiempos de Alejandro VI, el papa Borgia, se ha intentado preservar esta imagen de María como una semilla preciosa. Era el inicio, lo más importante, para luego dedicarle culto o cultivar. Es una semilla con colores, frutos de la naturaleza. También son pinceladas de un artista. Y, sin embargo, es mucho más. Es una mirada que suscita el florecimiento de sentimientos y devociones.
Me la imagino agarrada a las piedras de tufo como las alcaparras. Seguramente tendría un pequeño tejadito para protegerla, como muchas ‘madonnelle‘ que encontramos en las calles de Roma. Lo curioso es que esta imagen estuviera situada en un muro de los numerosos huertos que daban nombre a esta zona: Orti di Trastevere. Una zona que quedaba fuera de las Murallas Gianicolenses y a orillas del antiguo Rione Trastevere.
En torno a esta imagen ha crecido un universo o, mejor dicho, tantas universidades. Una palabra que, en este caso, se refiere a la reunión de trabajadores que compartían saberes y tareas. Llamémoslas corporaciones, gremios, sindicatos o clubs en los que las fatigas se comparten. Fiestas y plegarias, albas y tardes, abundancias pocas y carestías las más, compartidas para formar un coro que busca armonizar tantos pocos, aunar esfuerzos, cubrir silenciosos huecos. Este universo de trabajos y gentes acabarán reuniéndose bajo el techo de la Archiconfraternidad de Santa Maria dell’Orto, nacida en 1492. Primero las gentes, la tierra, el huerto y luego los muros de una iglesia para rezar en común y desarrollar actividades asistenciales en esta zona desprotegida de la ciudad eterna. Hoy es la asociación de inspiración mariana más antigua de la urbe aún en actividad.
Información para visitar Santa Maria dell'Orto
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Un bosque en un ‘huerto’
Vendedores de fruta, pero también molineros (mozos y patrones), hortelanos y hasta zapateros, han contribuido a hacer crecer, hermoso y abundante, este huerto dedicado a María… o intentar que se parezca a la belleza de esa mujer comparada con un maravilloso jardín, un Edén que vuelve a ser terrenal y cierto, en la nueva Eva.
En el ábside, primero los hermanos Federico y Taddeo Zuccari, y luego más tarde en los laterales y la bóveda, Giovanni Baglione, sembraron imágenes soñando lo más divino de la naturaleza: la historia de esta mujer-jardín. Ella parece regalarnos frutas paradisíacas que no provienen del árbol de la ciencia. Alimentos que nos ayudan a encontrar una dieta en la que soñamos volver al paraíso prescindiendo de violencias, hambres u obesidades.
Plantados sobre esta tierra fueron creciendo los muros diseñados en el siglo XVI por el arquitecto Guidetto Guidetti con una fachada de Jacopo Barozzi (conocido como Vignola). Ellos cierran este huerto y le dan sus formas fundamentales. Sobre sus piedras, como jazmines, luego irán creciendo decoraciones blancas y doradas que han hecho entrar en esta iglesia una alegre y exuberante primavera.
Flores de blanco estuco que brotan por todas partes, rompiendo simetrías, y quedan colgadas como madreselvas que te sorprenden. Visten todo con tallos sinuosos que son cintas perfumadas. Al igual que en el arte de Giuseppe Arcimboldo, en este huerto crece un bosque de hortalizas y sabores que delinea las formas. En la cara se nos dibuja una sonrisa, como la que surge ante los tesoros de abundancia cuando entramos en un mercado repleto de frutos y frutas. Incluso el nombre de María, entre luces y colores, tiene sabor a tutti frutti.