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El día 7 de diciembre del 2023, en el Liceo español del Gianicolo, tuve la ocasión de acordarme de otros tiempos. Jugando con la memoria he aquí mi relato de Navidad en Roma que comparto con vosotros.

Navidad para recordar

Bajo otra escalera, siempre situada ante la entrada de un colegio -el Concepción Arenal de A Coruña aquella vez- otro 7 de diciembre de hace muchos, muchos años, un chiquillo cargaba cajas con musgo, ramas, cortezas y las bajaba casi corriendo mientras Eugenio, nuestro conserje, en bata azul, me miraba, entre severo y preocupado.

Este año Eugenia -bonita coincidencia- bajaba con unas cajas de cartón en las que estaban las figuras de barro de un belén de buen tamaño. Algunas chicas y chicos de 3º ESO nos estaban ayudando con los preparativos y yo con ellos, volví a aquellos días de mi colegio.  Ese tiempo de preparación me pareció que hacía un buen resumen de mis años de escuela: recoger materiales, en buena compañía, con errores que intentas cubrir o incluso convertir en aciertos, siguiendo un plan, con orden, pero adaptándonos a lo que tenemos entre manos, dedicando tiempo y energías mientras disfrutas al ir construyendo, con ganas de ver el final, pero sabiendo que cada paso nos iba a llevar más tiempo, esfuerzo e ilusión que el último, cuando todo estuviera concluido.

Un belén que nos espera

El jueves pasado, este 7 de diciembre, desempaquetábamos entre juegos, los personajes: ¿a ver quién eres tú? A mí me tocó el buey (pesado y postrado, casi subyugado) y he de confesar que estuve a punto de cambiárselo a Flavio, que tenía entre manos un ágil y erguido borrico. Mientras mi alumno intentaba poner un ángel sobre el humilde burro, con la intención de realizar un experimento teológico que explicase definitivamente cómo pudo darse la ‘caída’ de Lucifer, yo me preguntaba quién habría puesto por primera vez un burro en el belén.

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Este año se celebra el octavo centenario del primer belén viviente ideado por san Francisco allá en el 1223, en el pueblo de Greccio, y estoy seguro de que él habría puesto a Platero de tenerlo a mano. Desde que fui por primera vez a este pueblo puedo decir que fue construido siguiendo el imaginario decorado que todos desearíamos en un belén.

Celebraciones sin fechas

Volviendo a nuestro querido burro, ahora que estaba en manos de Flavio aprendí qué poca importancia tenía preguntarse si donde nació Jesús había algún animal o el lugar estaba desierto. De hecho, el Evangelio de Lucas habla sólo de un pesebre. Es más, nadie registró tampoco la fecha y lugar exacto del nacimiento de este niño judío en una perdida aldea, ni entonces ni en mucho tiempo. Figurémonos si alguien iba a recordar u ofrecer documentos sobre si había allí jamelgo o jumento.

Luego, más tarde, se buscaron los lugares, se establecieron fechas, calculándolas con más o menos acierto por los datos que se tenían, sin renegar de la oportunidad y simbología del calendario, e incluso se hizo popular una nueva forma de contar los años. Se propuso (y gustó) un nuevo inicio en un evento que en su día no lo fue, sin más testigos que unos pastores y la noche. Ahora lo entiendo de un modo especial: siento la alegría de que cada hoja del calendario recuerde este silencioso nacimiento, sin milagros, triunfos o derrotas.

Ahora que lo pienso, ante estas figuras de barro, tampoco me importa que quien tuvo la idea de empezar a contar los años desde el nacimiento de Jesús se haya equivocado en unos 6 o 7 años -el famoso Herodes que buscaría al niño para matarlo murió en el año 4 a.C.- al ponerlo en relación con las medidas de tiempo de la época. Su nacimiento, entonces y ahora, sigue escapándose de nuestras manos. Al igual que Niccolò, creo que también Jesús se reiría de nosotros con nuestros cálculos que necesitan ponerse en relación al Sol, la fundación de ciudades, a la vida de cónsules y emperadores, pero que se deshacen, no cuentan, cuando intentan capturar el nacimiento de un niño.

Una simple historia para cualquier tiempo

Me dije: «Déjate de historias, nació y basta. Una simple historia. Ya ves. Igual pasa con lo más importante para mí. Tan sólo 2 o 3 en este mundo saben cuando nació mi papá, aunque sea el inicio de mi historia». Cuando yo me vaya quedará su reloj, mi hermano y algún relato de lobos que mis hijos quizás recuerden. En todo esto se parece tanto este niño a cualquiera.

A nosotros, nos quedó un pesebre y poco más. De él fueron naciendo personajes como el buey y el burro para que no estuviera el lugar tan frío y desangelado. Junto a ellos llegan también las abrigaditas ovejas y, si uno nace en Nápoles, podría llenar Belén con un mundo de cualquier tiempo y lugar. El pesebre sería una especie de Alef, magnífica sinécdoque, en el que se resumiría cualquier rincón de historia y de espacio. Tan sólo un pesebre, una fría piedra excavada, es el inicio de cualquier relato de Navidad.

Se busca un burro

Ayer recibí la triste noticia: el burro del belén se rompió. Como el nacimiento de Jesús, también él se nos escapó de las manos. Doy gracias a Eugenia, porque sabiendo de mi predilección por el pobre jumento no me han querido dar detalles sobre su final. Pero también puedo decir que ha sido el inicio de una búsqueda: durante la clase he pedido que, si alguien encuentra en casa un burro de repuesto, de tamaño aceptable y bien parecido, lo traiga al Liceo. Creo que a todos nos hace falta un poco de onoterapia, acercándonos sin miedo al pequeño pollino mientras dejamos a distancia los altos bríos de las hacaneas o rocines. Como canta un himno del siglo XV recogiendo palabras del profeta Isaías (1,3), ese burro sabía mucho más de lo que parecía:

‘Agnovit bos et asinos
quod puer erat Dominus.’

Me gusta recordar otros tiempos, cuando veo representados a este niño, su mamá y su papá. Cada año recuerdo que también para mí empieza un tiempo nuevo, otra historia siendo el burro o el buey de siempre, que había quedado envuelto y ahora sale de nuevo al escenario de otra escalera, de cualquier otro cole, frágil, de barro, tan normal que es raro.

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