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En esta esquina de Roma, bajando bajo la sombra de los castaños de indias de Vía Garibaldi, de repente, se me ha abierto una ventana hacia el cielo de Roma. ¡Qué digo una ventana! ¡Una puerta! Y se trata de Porta Settimiana. Es una puerta para dejar entrar el cielo, libre de techos, que ni cierra ni deja fuera, al estar situada ahora tan dentro de la ciudad.

Porta Settimiana Trastevere

Julio Camba tuvo una experiencia parecida en Roma, y me gusta pensar que fue en el Trastevere. Ya quisiera yo contarla como él supo hacerlo. En su artículo «Yo he sido romano…» publicado en el periódico El Sol el 11-11-1920, dice así: «El cielo es azul, azul, azul; de un azul tan puro que no se concibe cómo haya en el mundo nada que pueda ser azul de otro modo.» Precisamente uno de los enormes telos publicitarios que hoy me encuentro nos invita a caminar en ese azul. Una botella de gin y podríamos con ligereza ser nuevos cristos sobre las aguas o ícaros de baja cuota. Pasito a pasito adentrándonos en el azul.

La puerta, en cambio, no nos vende nada ni pide aranceles. Nos ofrece gratis un horizonte de adoquines y viejos muros, a un lado y otro de un imaginario muro. Sus almenas ghibelinas parecen recintar una deliciosa terraza más que un pasillo defensivo. No se muestra con poder, ni para amenazar ni para proteger a quien se le acerca. Tan solo nos orienta, con el sol que al amanecer enciende sus almenas y que nos dice ‘ciao’ cuando abandona la ciudad dejando sombras detrás. Sin puerta, es la luz la que abre y cierra la ciudad en esta puerta.

Cielo o infierno en Porta Settimiana

Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterno duro.

Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate. (Inf. III, vv. 7-9)

Dejad toda esperanza, los que entráis, nos advertía la puerta infernal de Dante. Junto a esta otra puerta un gran cartel nos dice: «Trovi tutto qui». Todo lo encuentras aquí. Si, por una parte el cartel parece indicarnos que ‘Prime Video’ es el nuevo paraíso en donde ‘Todo se halla’, bien podría indicar, situado junto a esta puerta, que es esta Roma la que contiene todo, como un paraíso.

O bien, al contrario, un paraíso prometido pero que no es verdad, se convierte en un infierno. Un engaño pues pagamos por lo que nos promete pero recibimos un pacto que nos ata y lo peor de todo: ‘eterno de duración’. trovi tutto qui publicidad Porta Settimiana

La publicidad parece hacer competencia al cielo. Un azul que contiene una promesa total: «Encuentras todo aquí». Más que una publicidad parece el cartel que alguien esculpiría sobre la puerta de entrada al paraíso. Sería la contrapartida, el cenit, del nadir que puso Dante ante la entrada del infierno: «Dejad aquí toda esperanza».

Esta puerta parece vencer el tiempo. Cambiarán los carteles publicitarios pero ella seguirá allí. Desde los tiempos del segundo papa Borgia, Alejandro VI, esta puerta nos orienta hacia la zona de Borgo, de la basílica de San Pedro. Con su construcción se daba importancia a via della Lungara, primogénita de su gemela, en la otra orilla del río: via Giulia. De todas formas, esta parte de la ciudad siempre quedó como una zona menos urbana, llena de jardines y huertos que se extendían entre el Gianicolo y el Tíber.

Todo y nada

Pasando Porta Settimiana levanto los ojos hacia lo alto de la colina del Gianicolo. Sé que desde allí tenemos una de las vistas más hermosas de la ciudad y no puedo evitar recordar aquel pasaje sobre las tentaciones de Jesús. «Todo esto te daré». La Urbe parece el resumen del Orbe, de todas sus maravillas y poderes. ‘Todo lo encuentras aquí’. Como en la antigua Roma, vivir aunque sea de plebeyo en esta ciudad, era asistir a la gran representación del poder… y vivir cerca o a costas de ella.

Porta Settimiana me introduce a pensar que hay aquí demasiados actos de poder en toda su arquitectura. Construcciones que tendrían que ser lugares en donde vive el mérito del ser humano se alzan imponentes y ahora sirven de apoyo a la tentadora publicidad que todo promete.

Ante esa totalidad que puedes tener ‘aquí’, en la palma de tu mano o ante tus ojos, recuerdo aquellas otras palabras de un poeta: «el Señor es mi pastor, nada me falta». Una oveja parece reírse de la la publicidad y de la ciudad. La imagino atravesando Porta Settimiana siguiendo a un pastor. Se deja llevar hacia aquellos huertos y pastos bajo la colina, segura de que tiene todo porque nada más le hace falta.

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