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La Escalera Santa

Basílica San Juan de Letran y Escalera Santa

Arrodillarse cuesta. Muchas veces es la imagen de antiguos castigos, la posición de los siervos o de trabajos incómodos. Es renunciar a más de un tercio de nuestra altura y situarnos en una posición incómoda, sin escapatoria, poco digna o admirable que indica siempre una sumisión. Subir la Escalera Santa de Roma parece cosa de otras épocas. En esta posición se convierte no sólo en un esfuerzo físico sino, sobre todo, de renuncia, sin estar a la altura de los tiempos.

Curioso. Vamos subiendo, poco a poco, con gestos torpes, ayudándonos de las manos, mientras que, sin que nadie nos obligue, bajamos nuestros humos y nuestra estatura hasta la de un condenado o siervo.

Sin embargo, para mí es otro de los lugares qué ver en Roma en donde puedes curArte. Una escalera, el edificio, el arte, nos invita a darnos cuenta de lo importantes que son nuestras rodillas, hacia dónde nos llevan, para qué las doblamos o cuánto soportan.

La Scala Santa de Roma

La tradición nos cuenta que Helena, la madre de Constantino, fue la que trajo desde Jerusalén la escalera del palacio de Pilato. Esta Escalera Santa de Roma sería, por tanto, la que Jesús subió y bajo dos veces durante su pasión. La madre del emperador la regaló al papa Silvestre el cual la puso en el Patriarquío.

El primer documento escrito que nos habla de todo ello es el Liber Pontificalis a mediados del siglo IX.

Más allá de estos datos históricos podemos hacernos varias preguntas para intentar comprender este monumento de Roma. Pero no sólo lo que significa esta escalera sino también algo que está unido a nuestra vida: el deseo de encontrar en las cosas la memoria del tiempo o las personas que fueron. Por ejemplo, en las reliquias ¿cuánto hay de pensamiento mágico y cuánto de memoria afectiva?¿por qué considerar como una reliquia toda una escalera? Y, además, ¿por qué enviarla hasta la lejana Roma?

Si cristiano quiere decir ‘seguidor de Cristo’ podemos imaginar la emoción de encontrar no sólo uno de los objetos sino uno de los lugares que conservan sus huellas. Esa emoción de entrar en contacto con las cosas que nos recuerdan a alguien especial, convierte estos peldaños en un escenario. Ya no es una escalera sino un teatro que nos invita a la representación.

El velo de la Verónica nos pone en su lugar. Nos invita a limpiar el sudor, la sangre, las miserias de quien pasa a nuestro lado cargado y condenado. Unos peldaños de piedra pueden ser una ocasión para quedarnos abajo, como Pedro cuando niega tener nada que ver con ese tipo, prisionero y acusado. Para un arqueólogo e historiador sería estupendo poder confirmar que es la del Pretorio de Pilato. Sin embargo, para traerla hasta Roma, hasta el lugar donde ese Pedro murió, lo más importante es que deja de ser una escalera normal y nos hace subir hasta aquella noche en la que empezó el juicio y aquel día de la pasión de Jesús. Esa escalera nos hace personajes de esos momentos. Al final, podríamos verlo aparecer en lo alto de ella mientras suenan dos palabras: ¡Ecce homo! ¡He aquí el hombre! ante el cual escogemos qué papel interpretar.

Llegando a la parte alta de la Scala Santa

El edificio actual

Fue el papa Sixto V, este anciano pontéfice, incansable, quien se dedicó a transformar toda esta zona entorno a la basílica. Él fue quien mandó trasladar la estatua ecuestre de Marco Aurelio hasta el Campidoglio y colocar en su lugar el obelisco, ante la renovada fachada septentrional de la basílica de San Juan de Letrán y el nuevo palacio laterano. Además, hará de la Capilla del Sancta Sanctorum un edificio independiente.

La Escalera Santa de Roma hasta entonces había sido la escalinata de honor del antiguo Patriarquío o Palacio de San Juan. Siempre Sixto V será el que la traslade, peldaño por peldaño, en una sola noche hasta el nuevo edificio construido sobre la Capilla.

En lo más alto de la escalera se encuentra una representación de Cristo crucificado, como punto final de la ascensión. Hasta allí arriba nos separan 28 escalones que actualmente se encuentran recubiertos con una protección en madera de nogal y que, por devoción, los fieles suben de rodillas.

De todas formas, para quien lo desee, hay dos escaleras a la izquierda y a la derecha de la Scala Santa para poder acceder al Sancta Sanctorum, la antigua capilla papal o Capilla de las Reliquias, sin necesidad de la ascensión devocional de rodillas.

El Sancta Sanctorum

El nombre de la Capilla deriva del templo de Jerusalén. El Santo de los Santos, forma semítica de superlativo, era el lugar más protegido en el templo de Jerusalén en el que sólo el Sumo Sacerdote podía entrar una vez al año.

Esta capilla, se llama Santo de los Santos sobre todo por las numerosas memorias de santos que se conservan en ella. De hecho, también se la conoce como capilla de San Lorenzo porque contiene sus reliquias, junto con otras de varios mártires, entre ellos san Esteban y Santa Inés.
El papa Nicolás III de la familia Orsini entre 1277 y 1280 hizo decorar la capilla con preciosas pinturas y mosaicos precisamente para indicar con el arte la importancia de este lugar. También él fue quien encargó que se pusiera esta inscripción sobre el altar:

Non est in toto sanctior orbe locus.
En todo el orbe no hay un lugar más sagrado que éste.

En efecto, conservaba tal cantidad de reliquias que se consideraba el lugar más santo de Roma y que recibía más peregrinos. Aquí se conservaron las cabezas de San Pedro y San Pablo que luego fueron trasladadas a la basílica de San Juan de Letrán. Sólo estas reliquias de dos figuras tan importantes en los inicios del cristianismo hacen que el papa León I llame a los romanos ‘pueblo elegido de estirpe divina’.

Por otra parte, entre los tesoros que contiene esta capilla, no podemos dejar de notar una pintura del siglo V que representa a Cristo Salvador. Es el centro de todas las miradas y de toda la arquitectura. Había recibido el nombre de Acheropita, es decir, no pintada por mano humana. Sería un auténtico regalo divino, no del arte o de la imaginación de un artista humano, aunque fuese el mismísimo San Lucas, sino directamente del cielo.

Bajando

Antes de volver a bajar, esta vez por una de las escaleras laterales, nuestra mirada se dirige a la bóveda de crucería. Allí encontramos la representación de los 4 evangelistas. Con sus escritos, con sus palabras, también ellos han construido una escalera que nos traslada a los tiempos de Jesús y, al mismo tiempo, nos invita a una ascensión siguiendo sus huellas.

Es hora de volver al sol, al ruido de Piazza San Giovanni. Allí nos espera el conductor para seguir con nuestro tour de las basílicas y catacumbas. De la Escalera Santa hasta Santa María la Mayor queda una calle recta, via Merulana, que une las dos grandes basílicas. Nosotros, buscando siempre historias y monumentos muy especiales entre todos los lugares que ver en Roma, podemos decir que estuvimos siguiendo las huellas de Jesús. Una ciudad en donde, realmente, caben todas las maravillas.

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