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Ecos de Roma

narciso

«Un’eco delicata mi rispose» Un eco delicado me respondió. Leí el otro día en un libro de Alessandro D’Avenia y me sorprendió. Fue el desvelamiento de una palabra.

Una eco, ecos de Roma

La palabra eco es femenina en italiano. Naturalmente, pues Eco es una hermosísima ninfa. Verla aparecer en un escrito, inesperadamente, me alegró mucho. Fue suficiente notar que eco es femenina para que la Eco imaginada durante las lecturas de Ovidio se presentara a mi lado. La historia nacida en Grecia seguía resonando (‘echeggiando’) en las letras latinas y en mi querida Roma.

Junto a ella, Narciso, ahora trasplantado a las orillas del Tíber. Aquel chico del que fue profetizado que llegaría a viejo sólo si no llegaba a conocerse: ‘Si se non noverit’ (Ovidio, Metamofosis, Libro III). Un joven que al ver su imagen abandona el mundo y cualquier otra relación para consumirse (‘dumque petit, petitur, pariterque accendit et ardet’). El horror (Dorian Gray) y el amor se tocan arruinando al destinatario: el sí mismo. Estos dos personajes siempre me han intrigado porque me parecen una paradoja. ¡El propio conocimiento y el amor a uno mismo como causa de ruina!

Se trata de un horror hacia sí mismo inmisericorde del que se huye desesperadamente sin conseguirlo. Y un amor sin frutos, que no se mueve -como una estatua de mármol- sin interior, sin poros ni aperturas que permitan entregar ni recibir.

Narciso, fresco en la casa de Lucrecio Frontone en Pompeya

Una condena en los ecos de Roma

«Sic amet ipse licet, sic non potiatur amato!» Así pueda enamorarse él sin poseer al amado. Una cadena de venganzas y maldiciones están en el origen de esta tragedia.

Le Roman de la Rose, manuscrito en la Bodleian Library, MS Selden Supra 57

Zeus frecuentaba montañas y bosques en busca de las hermosas ninfas. Hera, celosa, salía a buscarlo pero Eco la entretenía con tal elocuencia y carisma que el bueno de Zeus tenía tiempo para no ser pescado in fraganti. Como si le importase. Hasta que un día la esposa de Zeus se dio cuenta del engaño y condenó a Eco a repetir sólo los últimos sonidos de quien con ella hablara.

La verdad es que nunca entendí esta lucha entre las dos mientras Zeus era siempre incuestionable, intocable, sin límites. Ellas luchaban y sufrían, como tantos otros, por sus caprichos.

Tras el castigo, con su pobre voz y su cuerpo hermoso, Eco encuentra un día a Narciso y se enamora de él o quiere enamorarse. Un amor que nunca sería correspondido pues Narciso vivía sólo para sí mismo. Por una parte, es cierto que las palabras de Eco no podrían moverle a salir de su mundo. Por otra, ni siquiera aquel ritual de su visita constante fue capaz, como tiempo dedicado para domesticarlo, a conseguir su amistad. No pudo poner por obra lo que decía el zorro al pequeño príncipe.

Tras el rechazo ella se esconde en una gruta en donde se abandona a la tristeza: «vox tantum atque ossa supersunt». Sólo quedaron su voz y sus huesos convertidos en piedras. No come por no poder gustar sus besos. No se hace ver por nadie cuando sólo él no quiere verla. Destruye su cuerpo por quien no quiso recibirlo. El engaño de creerse sola sin merecer más. No teniéndole a él no quiere tener a nadie a quien a quien recibir o entregarse.

Memoria y Eco

La venganza invocada por un personaje desconocido y aceptada por la diosa Ramnusia (Memoria), es el motivo que hará cumplir la profecía que termina con Narciso. En esta historia no hay perdón que sane. Y así, antes o después, tenía que llegar la ocasión: el momento en el que él descubrirá su imagen en una pequeña fuente que nada enturbiaba. Narciso encuentra el lugar más ameno y con aguas limpidísimas para encontrar su ruina. No le basta conocer, ser joven y perfecto ‘con cabellos como Apolo’. Uno mismo no basta. Sin relación no hay movimiento y sin movimiento no hay vida. El engaño de quererse solo sin encontrar a otro. No teniéndose a él no tiene a nadie a quien entregarse.


Narciso, cuadro de Caravaggio en Palacio Barberini.

«Et placet et video; sed quod videoque placetque
non tamen invenio; tantus tenet error amantem»

Riquezas y pobrezas de Narciso en Roma

Un conejo que sale detrás de un árbol, blanco como el de Alicia, como el objetivo de una flecha. Salgo disparado tras estos ecos de Roma.

Lo veo y lo sigo, intentando entrar en un mundo nuevo: Nosce te ipsum. Así se me aparece en uno de los preciosos tapices que se conservan en el palacio de la Embajada de España. Ella da nombre a la famosísima plaza de España como un eco que llegase a Roma desde lejanas tierras. Me gustan mucho los nombres que en las ciudades te traen recuerdos de otros lugares, otros ecos de Roma, uniendo también geografías con quien nos unen historias.


Tapiz ferrarés del s.XVI con escudo de la familia Caprara. Ante-capilla del Palacio de la Embajada de España ante la Santa Sede.

Conocerse a uno mismo sin alguien que te haga salir no creo que sea posible. Un ágil conejo blanco, saltarín, curioso nos lo sugiere. Por el contrario, el puro contemplarse, con un espejo como única alteridad, no conduce a ninguna parte: la imagen no eres tú ni es otro. Hay que ir más allá del espejo. «Quod petis, est nusquam; quod amas, avertere, perdes!» Aquello que anhelas no es nada; lo que amas, cuando te das la vuelta, lo pierdes.

Lo que deseas tiene que estar en otro, fuera, para que sea real, para que no desaparezca. Tu riqueza se hace vana si la entierras tras tu imagen de agua. Escucha, sino, la triste experiencia de Narciso en sus palabras: «Quod cupio mecum est: inopem me copia fecit.» Lo que deseo está conmigo: la riqueza me hizo indigente.

Tras esto no queda más que su última palabra ante la imagen que lo consume: ‘vale’, ‘que te vaya bien’.

«Dictoque vale ‘vale’ inquit et Echo.» ‘Vale’, dice también ella y lo saluda con su misma voz.

A él lo encontraron convertido en flor, amarillo y fragante, junto al agua. Nos cuenta Ovidio que incluso en su último viaje atravesando la laguna Estigia seguía buscando su reflejo en las negras aguas. Solo, un narciso sigue siendo símbolo de desgracias… por eso mejor un ramillete.

Ella, a pesar de todo, sigue viva a nuestro lado. Escucho sus palabras como reflejos, como un estribillo de breves recuerdos de mi vida y la de tantos. Son ecos de Roma con cuerpo de voz y alma de memorias.

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