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Basílica Santa Croce in Gerusalemme

santa cruz en jerusalen roma

Tarde de tormenta. Final de un verano caluroso que se desata en relámpagos. Igual que esta tarde, una tarde a finales del s. XV el papa Sixto IV se refugia junto a la muralla aureliana, al lado de Santa Croce in Gerusalemme y su convento benedictino, implorando a la Virgen que pueda librarse de la furia de los elementos. Sano y salvo, el papa sale de su refugio para dirigirse hacia su cercana residencia en San Juan de Letrán. En signo de gratitud hace construir una pequeña capilla dedicada a Santa Maria del Buon Aiuto.

Santa Croce in Gerusalemme

Este rincón me gusta especialmente. Me imagino al papa en medio de la tempestad, en una zona que entonces estaba despoblada a pesar de la existencia de la basílica de Santa Croce. Ciertamente, no tenía su gran fachada barroca ni existía nada del actual barrio hacia Porta Maggiore ni hacia la via Appia. Un mundo en el que el papa el viernes santo salía descalzo desde San Juan y caminaba entre campos y desterrados hasta Santa Croce, recobrando el contacto con la tierra. Bajo los relámpagos o sobre el polvo y las piedras del camino el constructor de la Capilla Sixtina y Ponte Sixto, se nos muestra peregrino, en el camino de la historia entre las condiciones que todos experimentamos.

Hoy, en medio de la tormenta, pasando bajo los arcos abiertos en la muralla, me siento también yo necesitado del Buon Aiuto. No es sólo saber de nuestra insignificante distancia con el dejar de ser, sino sentirla, conocerla y tantear a qué árbol o muralla nos arrimamos. Roma Amparo.

Palacio, anfiteatro y basílica

El área arqueológica de Santa Croce in Gerusalemme a partir del siglo V a.C. se convierte en un importante cruce de caminos entre las vías Labicana, Prenestina y Celimontana. Además, siendo uno de los puntos más altos de la ciudad, allí confluían hasta 8 acueductos entre los que destacan los monumentales restos del acueducto Claudio (52 d.C.).
Entre los años 42 y 38 a.C., Mecenas trasformó esta zona en un barrio residencia en el que se encontraban grandes villas y domus privadas sumergidas en maravillosos espacios verdes (horti). De hecho, la zona cercana a porta Maggiore pasa a ser de la familia Vario, emparentada con la familia imperial de los Severos. Siempre en esta zona Septimio Severo engloba en el demanio imperial los Horti Spei Veteris.


Poco después cuando Sexto Vario Avito Bassiano llega a emperador con el nombre de Heliogábalo (218-222 d.C.), los ‘horti Variani’ también pasan a formar parte del demanio imperial. La villa del emperador incorporaba entonces el anfiteatro Castrense y el circo Variano. Con la construcción de las murallas Aurelianas (271-275 d.C.) el circo quedó inutilizado y se aprovechó el anfiteatro como parte de ellas.


Más tarde, en la época de Costantino (306-337 d.C.) la villa adquiere un nuevo esplendor convirtiéndose en el palacio Sessoriano (lugar para las sesiones – estancia del emperador). La emperatriz Elena dedicó al culto de la cruz de Cristo lo que antiguamente era el atrio de la villa de época severiana.

Ante la mirada de una musa

«Non c’è niente da capire, basta sedersi ed ascoltare.
Perché ho scritto una canzone per ogni pentimento
e debbo stare attento a non cadere nel vino
o finir dentro ai tuoi occhi, se mi vieni più vicino.»

(Versos de la canción ‘Cara‘ de Lucio Dalla)

«No hay nada que entender, basta sentarse y escuchar.
Porque he escrito una canción para cada arrepentimiento

y tengo que estar atento a no caer en el vino
o acabar dentro de tus ojos si te acercas.»

Escultura de la musa Polimnia (la poesía sagrada) encontrada en 1928 durante unas excavaciones cerca de Santa Croce in Gerusalemme

«No hay nada que entender, basta sentarse y escuchar.» Es lo único que se puede hacer ante esta mirada, ante quien parece que te estaba esperando desde siempre. Una sabiduría que va más allá de lo que podemos entender. Con una voz que canta himnos divinos siendo ella la musa Polimnia, basta sentarse y escuchar. Cada vez que la encuentro en la Centrale Montemartini, me quedo encantado. Hay en su mirada algo de la picardía de quien juega con ventaja. La serena espera de quien con un esbozo de sonrisa desborda constantemente sentimiento, palabra, silencio.

Ebrio de esa abundancia me siento comprendido incluso en lo que ni yo mismo entiendo. Y la mejor forma de hablar de lo inefable es cantar. Cantar ‘tantos himnos’, poesías y música, cuantas formas de error y arrepentimiento al no acertar en lo que tanto ansío. Es entonces cuando siento el peligro de caer, en el vino o dentro de tus ojos, ambos capaces de hacerme perder los sentidos.

Lucio Dalla, Cara (Querida)

Junto a este maravilloso rostro con un único gesto pleno, junto al encanto de quedarme prendado en su tiempo eterno de piedra otra experiencia se insinúa como un perfume en Santa Croce in Gerusalemme. Con la tierra traída de Jerusalén se trasplanta a Roma la piel de otro mundo y, prendida en ella, llega otro tiempo. La memoria, como el carbono, sigue viva, huele a Tierra Santa.  Olor de incienso, sangre y mercados. Olor de mil guerras en la Ciudad de la Paz, olor de mirra y áloe para quien se ha entregado sin condiciones, sin violencia, incluso renunciando a cualquier respuesta. Si misteriosa y admirable es la libertad que consiente o niega, igualmente es la entrega incondicional que se expone inerme ante la posibilidad o certeza de un no.

Un madero. Una cruz es la otra cara de la moneda. Abierto el corazón y los brazos ante el universo, sin ropas, habiendo dado todo quien todo esperaba, él mismo está perdido.

«…e la notte cominciava a gelare la mia pelle
una notte madre che cercava di contare le sue stelle
io li sotto ero uno sputo e ho detto ‘OLE’ sono perduto.»

«y la noche comenzaba a helar mi piel
una noche madre que intentaba contar sus estrellas
yo allí abajo era un escupitajo y he dicho ‘olé’ estoy perdido.»

Condenado triunfo

Santa Cruz en Jerusalén es la basílica que me recuerda a Polimnia, rostro de la poesía divina capaz de llevarnos hacia lo inefable, y a Jesús, cargado con toda la injusticia que presentimos en la muerte, atado a ella con lazos de cárdena envidia, traición o, más terribles aún, los invisibles de la indiferencia:

«Almeno non ti avessi incontrato
io che qui sto morendo e tu che mangi il gelato.»

«Ojalá que al menos no te hubiese encontrado
yo que estoy aquí muriendo y tú que comes un helado.»

Encarnación y testigo de ese abandono, de ese ‘aquí’ donde estaba muriendo, nos espera un trozo de madera desde el siglo IV. Fue Elena el que lo buscó, haciendo concreto el encuentro con lo que en los sueños de su hijo era sólo un signo con el que vencer en una batalla. En el ábside Antoniazzo Romano ha imaginado esa búsqueda, la preocupación convertida en la hermosura de quien ha encontrado y ya no puede dejar de contemplar en silencio o con tantos cantos. Todo dice que sí, sí el azul del cielo, ahora, ante quien se había preguntado en aquella noche prematura ¿por qué me has abandonado? Como de un árbol cae sin ruido un fruto.

Las notas de Lucio Dalla ponen música a la única respuesta que se repite en silencio:

«Buonanotte, anima mia,
adesso spengo la luce e così sia.»

Como una mariposa

Bajo los colores de Antoniazzo, Jacobo Sansovino esculpió en piedra un monumento tan ligero como un breve reposo en el vuelo de una mariposa. Sin peso, perfectamente apoyada en la naturaleza del abside que la sostiene, el recuerdo del cardenal leonés Quiñones parece que fácilmente se deshará, liviano y silencioso, cuando el movimiento anime sus alas tras una espera escatológica.

«Tu corri dietro al vento e sembri una farfalla
e con quanto sentimento ti blocchi e guardi la mia spalla
se hai paura a andar lontano, puoi volarmi nella mano
ma so già cosa pensi, tu vorresti partire
come se andare lontano fosse uguale a morire
e non c’e’ niente di strano ma non posso venire.»

«Tu corres tras el viento y pareces una mariposa
y con cuánto sentimiento te paras y miras mi hombro
si tienes miedo a ir lejos puedes volarme en la mano
pero ya sé lo que piensas, tu querrías partir
como si irse lejos fuera igual que morir
y no hay nada de extraño pero yo no puedo ir»

Francisco de los Ángeles Quiñones en 1523 envía a doce compañeros franciscanos a México. Empieza una nueva aventura corriendo tras el viento, con miedo a ir tan lejos. Los imagino ahora intentando volar en la seguridad de aquella mano con signos de pasión. En todo esto no hay nada de extraño. Él no puede ir.
Correr tras el viento. ¡Qué maravilla dejarse llevar, sin ser pesado, sin pesar!¡Qué dolor cuando mi peso es mi amor -amor meus, pondus meus- y cualquier viento me lleva! Miro su hombro, cargado. Y entonces, ambas exclamaciones suben a mis labios, las siento como una encrucijada que se me presenta recordando esta cruz y una ligera tumba mariposa.

Antigua escultura de Juno a la que se le añadieron en el siglo XVII los brazos, la cabeza y la cruz pasando a representar a Santa Elena

Una bonita sorpresa al salir

Mientras salgo de la basílica de Santa Croce unas voces lejanas cantan casi en un susurro un himno que recorre el hermoso suelo cosmatesco de la basílica como un temblor y el aire como una ráfaga que agita la fronda:

Crux fidelis inter omnes
arbor una nobilis
nulla silva talem profert
fronde, flore, germine.

(Venancio Fortunato)

Santa Croce in Gerusalemme puerta del huerto realizada por Jannis Kounellis
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