Villa Albani. Jugando al escondite con el Perugino

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Villa Albani. Jugando al escondite con el Perugino

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Hace unos días, Beatriz Hernanz me indicó que mi pintor era el Perugino, Pietro Vannucci. Así, sin más, como un juego o por azar.

Gracias a esta casualidad he pensado en las obras que conozco de este pintor, las que veo con frecuencia por cuestiones de trabajo o las que alguna vez vi.

Fue entonces cuando tuve la clara sensación de que tanto el pintor como sus obras habían estado jugando conmigo al escondite. Sin olvidarlas, no las miraba al verlas, como una parte de un paisaje. No las volví a buscar. Esta simple reflexión me llevó luego a otras consideraciones. Empecé a pensar en cuántas personas conozco y no he vuelto a encontrar a pesar de que no haya nada que nos lleve a alejarnos. Tal vez incluso se encuentren cerca pero su presencia no cruza ni entra en el fluir de mi vida. Son paisajes que veo pasar pero que no viajan en mi barca.

Algo parecido también me pasa con las cosas aunque sólo sea en parte. Contemplo, por ejemplo, mi antigua máquina de café Pavoni con su cobre brillante, hermosa y silenciosa pero ahora inútil. No es que no funcione o que se haya perdido mi afecto hacia un objeto que tan buenos servicios presta, ingeniosamente construido y bello de apariencia. ¡Cuántos encuentros cada mañana! Y, sin embargo, ante la comodidad y el gusto de las cápsulas, se ha quedado como un objeto de museo: para contemplar.

En otros casos, con otros objetos, el resultado es simplemente el olvido definitivo por ir a parar a la basura o como la luz en un agujero negro. Sin luz: lo más parecido a un conjunto tan lleno e indiferenciado en el que todo se hace nada. Y la nada no cuesta esfuerzo, ni espacio ni tiempo. Recordar sí. Nombres, espacios diferenciados, hollando de nuevo huellas que tengan cuerpo, en relieve o hueco, mientras el tiempo y el desgaste hacen de todo para que sean nada.

Yo y mis recuerdos

Me perdonáis si ahora, en base al recuerdo, os cuento de una clasificación muy personal que se me ocurrió. Divago así un rato dividiendo las cosas que encuentro en mi vida cotidiana en tres grandes tipos. En el primero coloco los objetos que viajan en el día a día conmigo, de los que la inmensa mayoría irán a parar al olvido. Los objetos que me sobrevivirán por mucho que viva y que van más allá de mí forman el segundo grupo. En el tercero se encuentran los objetos que me sobrevivirán porque estarán unidos a mi memoria quizás como lo estuvieron a la memoria de alguien para mí querido. De estos últimos, el que tengo más presente en cada momento, es el reloj de mi padre. Son objetos que siguen hablando de él, de mí, de nuestra relación.

Encontrando al Perugino en Roma

Son las 22,23 y recuerdo que estaba jugando al escondite buscando al Perugino. Curioso, lo encontré escondido muy cerca de mi casa, en Villa Albani**. Ahora, cada vez que salga del portal y camine por esta gran avenida arbolada lo imaginaré en su delicioso escondite. Aunque sé que, por ahora, no podré visitarlo. Ni podré cantar con triunfo ‘por ti’ ni podrá decir ‘por mí’.

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Villa Albani Torlonia donde se encuentra el Políptico de la Natividad del Perugino

Al igual que los engranajes y la caldera de mi antigua Pavoni su cuadro está en silencio con un destino sublimado. El políptico de la colección de villa Albani Torlonia sigue viviendo, como pieza de colección privada, más allá del encuentro con su dueño o con otros ojos. Un museo abierto, en cambio, es una invitación. Más aún, un tálamo de fecundas emociones, lugar de encuentros que hacen sobrevivir obras y autores con los efectos de quien es amado.

Sigo a la espera de esa invitación que sea la apertura de la colección a los visitantes. Mientras tanto, han sido suficientes unas breves palabras de Beatriz para que un lugar de mi vida cotidiana despertara y me hiciera revivir la emoción de estar con Perugino ante una de sus obras. Un cuadro que se quedó impreso en algún rincón de mi recuerdo, recóndito como una gruta. Era necesaria esta voz para convocarlo. Ahora lo descubro como si se hubiera movido en su escondite. Quizás ha sido una sacudida de la memoria, como una mano que alza la manta del silencio. Quizás, una chispa ha encendido la memoria, y ella lo mueve, lo hace vivir en un modo fantástico de luces y sombras. Es la memoria la que da a luz un cuerpo in fieri. Gracias a ella y con ella el cuadro, sus formas y colores viven con mi vida.

Me doy cuenta, sin embargo, que por mi tiempo y miseria también desaparece necesitando otras vidas, cuantas más, mejor.

Reviviendo el cuadro

Paisaje, arquitectura, personajes el Perugino los introduce en esa textura de color y formas. Todos juntos, trayendo a este instante sus tiempos diversos. Se dan cita contemporáneamente historias de cuerpos que se hacen pintura. Asimismo, es la pintura la que da un único cuerpo a historias lejanas que en su mayor parte son símbolos, como las del arcángel Miguel y San Jorge, los dos con preciosas armaduras. Guerreros sin tiempo o de otro tiempo que se presentan ante su señor.

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Poliptico del Perugino en la colección Albani Torlonia en villa Albani

El Calvario, el final, situado entre los protagonistas del inicio, en la casa de María. Concepción y muerte que resumen el tiempo de una vida. Y un recorrido que empieza en una casa y termina fuera de la Ciudad Santa pero con la misma luz, como si fuera el mismo momento. Abriendo el instante y lugar de la Anunciación aparece allí mismo la Crucifixión con idénticos actores principales: madre e hijo. La pintura es intentar ver desde la eternidad.

Al igual que en la Capilla Sixtina, la maravillosa compostura y elegancia de los personajes y contexto nos lleva más allá del tiempo. Es la historia imaginada, como un sueño, que el Perugino nos va contando. No revivimos el frío de la noche del nacimiento, ni la soledad y rechazo a esta pareja. María y José son elegantes señores rodeados de grandes personajes como en una corte. Incluso el buey y la mula parecen animales fantásticos. Están apoyados blandamente en el mismo suelo de mármoles. Su recinto de madera se encuentra bajo arcos tan maravillosos que incluso cuando muestran ruina cobijan belleza.

El niño no está caído, a pesar de estar en el suelo, sino apoyado en el mismo vestido de la madre con un precioso cojín. Nada de lo terreno parece no ser divino. Incluso el pavimento parece acogedor y cálido para el tierno niño. Y el Perugino se atrevió a dejarlo para siempre allí, en el suelo, sin un regazo, sin cuna, sin calor, expuesto, pero reclinado como si fuera en un trono. Suelo, columnas, personajes, naturaleza son su trono y él, dónde y cómo esté, es el centro de todo.

El Perugino y Roma después de mí

«Petrus de Perusia pinxit»: Pedro el Perugino lo pintó, escrito en los dinteles. También él fue el único que firmó su obra en la Capilla Sixtina. ¿Coincidencias?¿Conciencia de la importancia de dejar su nombre? Tres palabras para desvelar la memoria y no para explicar el misterio.  Para el misterio no bastan palabras, para la memoria son suficientes tres. Lo demás lo cuentan los pinceles, incluso la velada alusión a Juliano de la Rovere, futuro Papa ‘con armadura’ Julio II, o al cardenal de San Jorge, Rafael Riario. Éste último fue cardenal con 17 años y a él se debe la construcción del palacio Riario, actualmente de la Cancelleria. Tengo que decir que cada vez que visito la maravillosa arquitectura de este palacio me recuerda la sala ideal de este cuadro del Perugino. Quien de los dos encargó el cuadro de 6 escenas de Villa Albani, nunca lo sabremos.

Dime Roma que quedará de mí, sin dinteles o pinceles. O como se preguntaba Alberti:

Cuando me vaya de Roma
¿quíen se acordará de mí?

Pregunten al gato,
pregunten al perro
y al roto zapato.

Al farol perdido,
al caballo muerto
y al balcón herido.

Al viento que pasa,
al portón oscuro
que no tiene casa.

Y al agua corriente
que escribe mi nombre
debajo del puente.

Cuando me vaya de Roma
pregunten a ellos por mí.

Dejo a ti, León recién nacido, el regalo de un cuadro escondido. Un lugar y una belleza que esperan tus ojos, sin saberlo. ¡Cuánta Roma, vida, te espera!

Y pregúntenle luego a él cuando me vaya.

tumba francois villa albani

Notas de una visita en Villa Albani

**Villa Albani está situada entre via Salaria y Viale regina Margherita. Fue construida por Carlo Marchioni entre 1743 y 1763 por orden del cardenal Alessandro Albani, sobrino del papa Clemente XI. Desde 1867 pertenece a la familia Torlonia.

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Villa Albani desde via Savoia

Estando tan cerca de Porta Pia en 1870 fue sede del Comando General de las tropas italianas que entraron en la ciudad el 20 de septiembre. Ese mismo día en Villa Albani se firmó la capitulación de la ciudad entre los generales H. Kanzler, comandante de las tropas pontificias, y R. Cadorna, comandante del IV cuerpo del ejército italiano.

Unos meses más tarde, el 3 de febrero 1871 (en el 2021 se celebraron los 150 años de Roma Capital), se aprovó la ley n. 33 que transfería la capital de Italia y la sede del Gobierno de Florencia a Roma.

Entrando en la villa desde via Adda nos encontramos con una logia llena de esculturas con personajes de la antigüedad clásica. Entre estas destacan la estatua de Agrippina o la de Augusto. La imponente logia nos introduce en una maravillosa mezcla de colores, formas, contrastantes y luces que caracterizan Villa Abani.

El jardín, lleno de setos de Boj, une la residencia con una coffee house típica del gusto del siglo XVIII. La escondida coffee house contiene hoy en día unos frescos con una historia muy complicada. Se trata de los frescos de la tumba François.

Para visitar esta parte de Villa Albani es necesario contactar la Fondazione Torlonia.

2 Comentarios

    Bellísima reflexión, Alberto. «¡Cuántas cosas han sido y cuántas serán cuando no estemos…!» es la que yo me hice en su momento y me sigo haciendo. Un abrazo muy fuerte.

      Roma siempre ganará amando a quien la ama… pero tus palabras, en los libros que has escrito, en el que está a punto de publicarse, son otro monumento de la ciudad. La haces ir más allá de nosotros. ¡Qué siga siendo un motivo para encontrarnos! Un abrazo

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